El problema, o la virtud, según como se mire, de este tipo de película es su factura incontestable: no existe la posibilidad de una crítica objetiva porque, al fin y al cabo, funciona tal y como quiere funcionar.

Pero es necesario advertir al espectador dubitativo de que nos encontramos ante una pieza de autoayuda muy pobre, destinada a comprender o, tal vez, a consolar débilmente a los afectados por el alzhéimer, si bien se cura en salud (nunca mejor dicho) y presenta un caso temprano de la enfermedad porque sabe que una protagonista anciana habría sido veneno para la taquilla. Y Julianne Moore, encantada de la vida, claro.

Siempre Alice es un drama familiar de sota, caballo y rey, plano como los telefilmes, que ahora llaman tv-movies, ejecutado en piloto automático y, como suele ocurrir, esforzado en simularse más grave de lo que es, alzándose para ponerse a la altura del tema desgarrador que trata, queriendo trascender sin más, sin trastienda, sin personajes, bastándose de los punteos de piano para guiarnos por las escenas de intensidad, con la idea de así dictarnos emociones a partir de la nada.

Funciona en su liga, queda dicho, pero ésta no es otra que la del subproducto vestido de seda.