Sufre el peor de los síndromes que amenaza a cualquier secuela, cuyos síntomas más elocuentes no son otros que la impotencia creativa y la tendencia a repetir las cosas ofertando a la postre más de lo mismo, No hay, por eso, lugar para la sorpresa y para la satisfacción porque nos topamos con una película muy inferior a la primera-que dirigió el también guionista Scott Derrickson en 2012 y que tenía algún momento inquietante-, sin los recursos idóneos para configurar un producto de terror mínimamente interesante.

El nuevo realizador, Ciaran Foy, responsable solo de un único largometraje, Citadel, inédito en España, no tiene ni entidad ni cualidades para ultimar, siquiera, un producto digno. Con la monotonía, la reiteración y la mediocridad de la realización lo que brota es, con toda lógica, un modelo de tedio acelerado. El enlace entre las dos películas se logra por medio del personaje común de So & So, un oficial de policía convertido en detective privado, que sigue empeñado en su lucha personal con el espíritu maligno del Bug-huul, que no cesa en sus ataques a nuevas familias apoyado en su macabra presencia y en los siniestros niños fantasmas. Ahora le ha tocado el turno, en esa lotería infernal, a los Collins, un clan que forman la madre Courtney y los dos hijos gemelos, Dylany Zach, que se han ido a vivir a Illinois en su obsesión por escapar de la influencia del padre de los niños. So & So se ofrece a la familia, consciente del riesgo que corren y con ello se forma un bloque de resistencia al mal más fuerte y cohesionado.

Si el relato carece de cualquier signo novedoso respecto al primer título, tampoco consigue sembrar las semillas idóneas para que brote el miedo y ni siquiera la tensión. Todo se reduce a unos planos impacto de más que dudosa efectividad que apenas logran disipar el aletargamiento y el sopor que son los cauces por los que discurren los fotogramas. Funesta, en definitiva, y con un reparto sin relevancia alguna, es de esas cosas que se evitan y que, en el peor supuesto, se ignoran.