No forma parte de las joyas de Tim Burton, pero sí certifica con creces sus cualidades narrativas para sumergirse en atmósferas góticas realmente fascinantes. Estamos ante un capricho del director servido en clave de homenaje a una mítica serie de televisión de los años setenta, Dark shadows, que le impresionó en su momento y que decidió llevar a la pantalla en colaboración con su actor predilecto, un Johnny Depp que también profesaba devoción por la misma, con su prisma particular mientras rodaba Sweeney Todd.

En ningún caso se trata de una versión fiel o respetuosa, como era lógico de un autor tan personal y creativo, sino de una recreación que le permite sin freno alguno, plasmar de nuevo en la pantalla un universo muy propio ligado al marco del terror.

Eso sí, conservando su habitual toque poético y con una estética espléndida que remite mucho al cuento gótico clásico.

No consigue con ello nada que tenga que ver con la obra maestra, pero sí permite al espectador que se deleite con fotogramas de singular encanto. Y con Johnny Depp moviéndose a sus anchas en un personaje de vampiro impagable.

Desde la resurrección del vampiro, que es el factor clave que justifica la historia, en la película se dan cita los resortes más específicos del terror, con la bruja y su maldición de turno, la familia con estigmas mentales y el siniestro mayordomo. Se abre un preámbulo dos siglos antes, a mediados del XVIII, para sentar las bases de un relato marcado por la creación del imperio económico de la familia Collins, que ha emigrado desde Liverpool a Estados Unidos y que solo dos décadas después de su llegada ya controla el negocio de la pesca.

Pero la existencia de una misteriosa maldición marcará la senda de un terrible destino que lleva Baltasar, el heredero de los pioneros, a ser víctima de una joven bruja, Angelique, que se cree engañada por él y que lo convierte en vampiro y lo entierra vivo.