Actriz, guionista y directora. Donzelli firma Declaración de guerra, cinta ganadora, ex aequo con El estudiante (Santiago Mitre), del último Festival de Gijón.

El tema de Declaración de guerra es dramático; sin embargo, no se puede decir que la película sea un drama... ni una comedia.

Sí, también me cuesta clasificarla. No me parece una comedia dramática, ni tampoco un drama o un melodrama. Con la distancia que da el tiempo, Jérémie Elkaïm [coguionista de la cinta y pareja de Donzelli] y yo pensamos que solo es una película física, ntensa, viva. Al principio quería hacer una película de acción, un westerno un film bélico, tal como indica el título. Era la idea de un gesto, como si abriésemos una puerta y mirásemos lo que ocurre detrás: el encuentro de dos jóvenes que viven una aventura de verdad, no de cartón piedra. Como si Roméo y Juliette [la pareja protagonista] se hubiesen conocido para someterse a esta prueba juntos.

La idea de destino impregna la película, pero no se trata de un destino que se acepta sin más, sino que se realiza.

Sí. Para mí, la vida es una sucesión de pruebas que debemos superar. Más o menos duras, más o menos tristes o alegres. Vamos ascendiendo por la montaña poco a poco. Lo que no mata, nos hace más fuertes. Adam [el hijo] es fruto del amor entre Roméo y Juliette.

¿Por qué tiene que caer enfermo?

Cuando Roméo se lo pregunta a Juliette, ella contesta: «Porque somos capaces de superarlo ». A partir de ese momento, la prueba cobra una dimensión mística, ya no se trata de mala suerte o de injusticia. Declaración de guerra es la historia de un niño enfermo y, más aún, la historia de una pareja que se enfrenta a esa prueba. Quería contar una historia de amor que pasa por el filtro de esta prueba. Roméo y Juliette son dos enamorados despreocupados, nada preparados para la guerra, como toda la generación a la que pertenecemos, pero que se van a sorprender ante su capacidad de lucha y de convertirse en héroes a su pesar. Llevar a cabo esa guerra es una forma de heroísmo. Ante esta prueba, se convierten en pareja, en adultos responsables. También quería contar cómo nos superan nuestros propios hijos. Adam tiene un tumor cerebral, algo por lo que no han pasado sus dres. Se sienten perdidos, solo pueden estar con él. Lo mismo ocurre con los padres de Roméo y Juliette, totalmente superados por lo que viven sus hijos. Es un engranaje, una mecánica de ajuste. Los hijos no son extensiones de los padres, sino individuos con vida propia. La prueba de la enfermedad reforzará el vínculo entre Roméo y Juliette, pero también lo destruirá. Lo dice la narradora de la película: "Estaban destruidos, pero eran sólidos". La relación amorosa funciona a base de despreocupación y con el convencimiento de que nada puede destruir el amor. Pero Roméo y Juliette caen en una rutina y el hospital les hace replegarse sobre sí mismos. Para que sobreviva el niño, algo debe morir, la pareja. A la vez, la prueba construye y fortalece el vínculo que les une; se complementan a la perfección, son realmente un hombre y una mujer, el yin y el yang.

Quería mostrar a una pareja actual, contemporánea. Deseaba estar conectada a mi generación, hablar de lo que conozco, de lo que vivo. La película es autobiográfica en el sentido de que Jérémie y yo tuvimos un hijo que enfermó gravemente; pero no relata nuestra historia.

¿Cómo se pasa de la emoción íntima y visceral de un drama vivido, a una película con la que todo elmundo puede identificarse?

Para mí, el cine es eso. Parto de mi ombligo y hago un zoom hacia atrás para contar algo más universal: la relación con la educación, el hecho de ser padres y de enfrentarse a lo peor que pueda pasar: tener un hijo que se debate entre la vida y la muerte. O sea, contar la relación con la vida. Jérémie supo describirlo maravillosamente: La película utiliza una vivencia triste, para convertirla en algo positivo. Sus personajes nunca se autocompadecen. No tienen tiempo, tienen demasiado que hacer. Roméo y Juliette son una máquina de guerra de doble cabeza. Tienen claro cuál es el objetivo y eso les da fuerzas, sobre todo, porque el cáncer es una enfermedad muy particular, una enfermedad viva, una especie de alienígena fabricado por nosotros mismos, al tratarse de una célula que se vuelve loca sin que sepamos por qué. Ante una prueba tan terrible, todos los personajes sacan lo mejor de sí mismos. Incluso la madre de Juliette, un personaje bastante tóxico, saca su grandeza. Quería hacer una película idealista y esperanzadora.

Roméo, Juliette, Adam. Nombres con resonancia universal.

Al principio no sabíamos cómo llamar a los dos enamorados, pero quería que sus nombres les identificaran

como pareja. «¿Qué tal Roméo y Juliette», me propuso Jérémie. «De acuerdo —le contesté—, pero habrá

que interpretarlos con todas las consecuencias ». Por eso se conocen en una fiesta, se sorprenden al descubrir

sus nombres, se preguntan si les espera un destino trágico… Para Adam buscaba un nombre universal.

Adam es el primer hombre, tiene un sonido muy dulce, suena bien. Aunque la película no se centre en

la enfermedad de Adam, el hospital está muy presente.

Estaba empeñada en hacer una película muy anclada en la realidad. No quería rodar en un plató, sino en un

hospital de verdad; no quería figurantes, sino personal sanitario de verdad.

¿Cómo convenció al personal sanitario para que apoyara el proyecto?

Se acordaban de nosotros.Y además nuestro hijo se curó, también se acordaban de eso.

Más concretamente, ¿cómo fue rodar en un hospital?

La preparación previa fue muy minuciosa. Buscamos los sitios con más luz en el Instituto Gustave Roussy. Sabíamos de antemano dónde íbamos a rodar, y, aunque hubo imprevistos, no fue nada del otro mundo. En el hospital Necker, sin embargo, el plan de rodaje se hacía el mismo día, en función de las urgencias. Queríamos ser discretos, por eso rodamos con una cámara fotográfica.

¿Una cámara fotográfica?

Sí, casi toda la película está rodada con una Canon y con luz natural. Una cámara fotográfica que filma, no puede haber nada mejor. Nadie sospecha que se rueda una película. Los únicos planos rodados en 35 mm son los del final, porque son a cámara lenta y quería que salieran bien, algo mucho más difícil con una cámara fotográfica.

El sonido también deja claro su deseo de anclar la película en la realidad.

Sí, es sonido directo, y en las mezclas tuvimos mucho cuidado de no limpiarlo demasiado, para conservar el lado minimalista de la película, sus asperezas. A excepción de algunos momentos musicales en estéreo, el sonido es mono, para quedarnos centrados en la historia.

No parece plantearse si hay demasiada música, demasiados sentimientos…

Sigo mi intuición. Hacer cine es una diversión, jugamos a fabricar algo. Es difícil, incluso angustioso, pero no grave. Me lo paso bien y hago lo que me apetece. Al ser actriz antes que realizadora, puede que sienta el lado lúdico con más fuerza.

¿Explica eso las apariciones mágicas durante en Nochebuena?

Me gustan esas cosas, como dar una palmada y que aparezca un árbol de Navidad. Quizá ruede una película

donde haya una varita mágica. «El cine es más alegre que la vida», decía no recuerdo quién.

¿Cómo consigue dosificar los diferentes saltos de humor, los diversos tonos?

Fue un montaje complicadísimo. Nos encontrábamos ante un material nada fácil de domar. Fue cuestión de instinto y de dosificación sutil, un poco como hacer encaje de bolillos. La película tenía fuerza, pero el equilibrio era sumamente frágil. Lo esencial fue integrar escenas divertidas sin que el relato perdiera tensión.

Pauline Gaillard es una montadora muy inteligente, sensible, con la que tengo una gran complicidad. La película se basa en el suspense de situaciones vividas día a día, pero de hecho, dado que es un flash-back, sabemos que Adam saldrá adelante desde el principio de la historia. Aprovecharse del suspense de la curación

de Adam habría sido secuestrar al espectador. Quería que se supiera que salía adelante. Vuelvo a decirlo:

sobre todo, se trata de la historia de la pareja.

¿Por qué decidió interpretar su propia historia con J. Elkaïm?

No me apetecía nada encarnar a Juliette, era un papel muy cercano y muy emocional. Temía ser mala actriz

e impúdica a la vez. No me preocupabaen absoluto que Jérémie interpretara a Roméo, aunque también fuera un personaje cercano a él. Primero, porque iba a dirigirle yo, y segundo, porque es un gran actor.

¿Pero a quién poner delante de él?

Era complicado. En un momento dado, incluso decidí que él tampoco trabajaría en la película. Como seguía sin encontrar a nadie, acabé por interpretar a Juliette: era lo más sencillo.