Son apetecibles, vistosas, variadas y sorprendentes. Las sopas frías se han convertido en imprescindibles en el universo culinario veraniego. Es evidente. Por supuesto que el gazpacho sigue siendo la favorita, pero actualmente existen otras apuestas cuyas características nutricionales tienen poco que ver con las del gazpacho. Al igual que las ensaladas, estas sopas proporcionan un amplio abanico de posibilidades y ventajas que vale la pena explorar, pero hay que tener en cuenta ciertos aspectos.

De entrada, hay algunas que no son muy vitamínicas, porque en la cocción de los vegetales se pierde de forma significativa el contenido vitamínico de los ingredientes. Además, hay verduras con cantidades muy discretas de vitaminas. El pepino o el calabacín, por ejemplo, son vegetales muy refrescantes, pero con pocas vitaminas. Tampoco todas las sopas frías son ligeras. Dependerá de sus ingredientes y también de su condimentación. Un plato cuyo ingrediente base sea el aguacate o el coco, de entrada, no puede ser muy liviano. El mismísimo gazpacho aporta una energía considerable si lleva mucho aceite o cantidades generosas de picatostes.

Estas sopas, en las que se pueden incluir los batidos verdes, no sustituyen ni aportan los nutrientes necesarios de una comida. La mayoría de las sopas frías, entre otras cosas, no aportan proteínas, por lo cual no pueden ser el elemento base de una dieta. Tampoco son aconsejables para todo el mundo las que contienen una alta cantidad de fruta. Una sopa de melón amarillo, por ejemplo, es deliciosa y vitamínica, pero es poco aconsejable para las personas diabéticas.

Por cierto, la fibra de una sopa fría no tiene los mismos efectos en el organismo cuando los vegetales se toman triturados que sin triturar. Y por último, no todas las sopas frías son digestivas. Una sopa que contenga una dosis notable de aceite o crema de leche no entra en esta categoría. Lo mismo que si contiene cebolla cruda, ajo o algún tipo de crucífera.