Opinión

Un hombre roto y un símbolo que destruir

A sus 52 años, el fundador de Wikileaks, Julian Assange es un hombre roto a la vez que un poderoso símbolo de la libertad de prensa que se trata, como sea, de destruir. Y hacerlo mediante un castigo ejemplar que disuada a otros periodistas de investigación de revelar secretos de Estado, de cualquier Estado, que debieran permanecer ocultos para siempre.

Secretos relacionados en el caso del australiano con gravísimas violaciones de los derechos humanos y otras atrocidades cometidas por la CIA o el Ejército de EEUU en Irak y Afganistán así como en la prisión de Guantánamo.

Los 250.000 documentos clasificados del Departamento de Estado filtrados por Wikileaks revelan asimismo el espionaje al que el Gobierno de EEUU sometió a jefes de Estado y de Gobierno de países aliados así como secretos diplomáticos que afectaban a otros gobiernos. Assange lleva ya cinco años en la prisión de alta seguridad londinense de Belmarsh, mientras la justicia británica decide sobre su extradición a Estados Unidos, que podría condenarle a 175 años de cárcel.

El régimen de aislamiento al que está sometido en Belmarsh tras haber pasado los siete años anteriores como refugiado político en la embajada londinense del Ecuador, han minado gravemente la salud tanto física como mental del periodista y editor australiano. El último episodio del largo drama judicial al que está sometido tuvo lugar el pasado martes cuando dos jueces del Tribunal Superior de Justicia de Inglaterra permitieron a sus abogados recurrir la orden de extradición que pesa sobre él si EEUU no ofrece ciertas garantías.

Entre ellas, que se proteja la libertad de expresión, garantizada por la Primera Enmienda de aquel país aunque se trate de un ciudadano australiano, y que no se le imponga en ningún caso la pena capital. Aunque ninguno de los diecisiete cargos que pesan sobre él conlleva esa pena, no es de excluir que, una vez en EEUU, se vea Assange acusado de alta traición y condenado a muerte.

Según la relatora especial de la ONU sobre la Tortura, Alice Jill Edwards, las garantías diplomáticas que pueda ofrecer EEUU no son vinculantes y si se incumplen, el acusado, al que la CIA de Mike Pompeo intentó ya secuestrar e incluso eliminar físicamente, no podrá defenderse.

Especialmente preocupante es el hecho de que los jueces británicos no hayan reconocido la motivación claramente política de la solicitud de extradición de EEUU cuando, como declaró la esposa de Assange, “Julián es un preso político y un periodista perseguido por exponer el verdadero coste de la guerra en vidas humanas”.

Como indignante es el ensañamiento con un hombre enfermo de las autoridades británicas, que mientras aguardan la respuesta de EEUU, mantienen a Assange en la prisión más dura del Reino Unido, reservada a violadores, terroristas y narcotraficantes.