Entre la avalancha de estrenos a punto están de entrar en es cena aquellos que acogerán a jóvenes cantantes con la ilusión de comerse el mundo y abrirse camino entre la durísima competencia. A las puertas del regreso de La voz y OT dan ganas de ponerle velas a todos los santos con tal de que uno, solamente uno de los candidatos que se pasearán por las finales de estos concursos, tenga el carisma, la personalidad y la insólita belleza que derrochó la música de Salvador Sobral aquel 13 de mayo.

El muchacho, que vive con un desfibrilador instalado en el pecho, y necesita con urgencia un trasplante, se ha despedido por sorpresa de su público en una gala celebrada en Estoril. Lo eché de menos durante esta primavera en nuestras televisiones. Siendo, como es, uno de los nuestros, formado sentimentalmente en Mallorca y musicalmente en Barcelona, parecía increíble que ni siquiera haya sido entrevistado en un programa. Ya no hablamos de conciertos en teatros. Parece que su delicada salud no era una excusa, que va en serio. Por eso llegadas las vísperas del nuevo ‘OT’ presentado por Roberto Leal nada nos haría más felices que acoger, cuando se abran las puertas de la academia, a un músico tan auténtico como Sobral, a alguien en los márgenes, a quien en absoluto se pueda etiquetar como producto ni como clon.

Y que cuando lleguen las audiciones ciegas de ‘La voz’ alguna nos deje tan turulatos como nos dejaron los hermanos Lucía y Salvador Sobral la primera vez que les escuchamos. Si ello sucediera habría motivos más que suficientes para celebrar estos retornos. No necesitamos más de lo mismo. Sino un «salvadorable» que remueva nuestras vidas. Alguien que nos traiga emoción y verdad, música de la buena, entre tanta cosmética