Imagino que ustedes no lo vieron. En realidad no lo vio casi nadie. Me refiero al octavo y último programa de ‘No es un sábado cualquiera ‘, en el que la invitada de honor fue la actriz Ana Milán . Que ya saben cómo es. Asertiva. Sincera. Comunicadora nata. Vamos, que siempre tiene salida para todo. Pues cómo sería la velada, que incluso una mujer de tantísimos recursos como ella se vio apurada ante algunas situaciones, llamémosles rocambolescas, ante las que se tuvo que enfrentar a lo largo de la velada.

Si no me creen, busquen en la web y lo comprobarán. En un momento dado le tocó «improvisar» un discurso a propó sito de una extraña ceremonia de premios que los guionistas debieron pensar sería muy graciosa. Ahí ya se intuyó que la actriz, curtida en escenarios y monólogos, empezaba a no saber dónde meterse.

Pero lo peor llegó con el guiñol de Julio Iglesias. Como espectador, percibí que ahí se agotó la paciencia de la invita- da. Que quería y debía seguir el juego, como buena anfitriona, pero que llegado un momento no tuvo más remedio que decir lo que pensaba. «Grima, grimita, ¿sabes?, es que das mucha grima», le decía Ana Milán con una cara que era un poema al guiñol del cantante. Y el actor que lo manipulaba, que debía estar pensando en aquello de quién me mandó a mí aceptar este encargo, salía del paso como podía.

Menos mal que todo esto s lió en antena pasadas las dos de la madrugada y tampoco causó demasiadas víctimas. Pero sí las suficientes como para que nos planteemos quién pudo dar luz verde a semejante proyecto. Lo lamenté especial mente por Fernando Gil, el presentador, a quien también vimos en agosto como actor de La Pelu. Lo suyo sí es mala suerte.