Sintonizo 'En el punto de mira', de Cuatro. Sigo de principio a fin las entregas dedicadas a la guerra de los taxistas y a los protésicos dentales (llamados 'mecánicos' en numerosas zonas) que hacen labores de dentistas a precios de saldo. Me llama la atención el mal rollo reinante durante todo el reportaje. Del primer al último minuto. Aunque reconozco que ahí reside buena parte de su éxito.

Lo que vemos en pantalla es lo más parecido a un ajuste de cuentas, a un relato clásico sobre héroes y villanos. Eso sí, en formato reportaje. El reportero hurga en la herida. Se introduce en el conflicto. Y pincha en él. Hasta que estalla. En el caso de los taxistas, acompaña a los de un bando en busca de los contrarios.

En el de los falsos dentistas, primero vemos cómo un reportero con cámara oculta graba imagen y audio de todo lo que acontece en la consulta. Más tarde, otro reportero, acompañado del camarógrafo, se presenta en la consulta exponiendo que tienen todo grabado y pidiendo explicaciones.

En eso que un hijo del investigado aparece en plena calle y comienza a grabar con su dispositivo móvil al reportero. No habla. No pronuncia ni una palabra. Pero graba y graba. Y la tensión se palpa en el ambiente. Como si de un momento a otro fueran a llegar a las manos. Todo es agresivo.

El hombre es un lobo para el hombre, parece que sería la línea editorial del programa. Donde predominan la maldad, la estafa y la picaresca. Cuesta creer que los personajes que nos muestran en pantalla sean los mismos que luego vuelven a un hogar, hacen arrumacos a un bebé o cohabitan cortésmente con los suegros. Sin duda, me quedo con el rigor de las investigaciones de 'Repor'.