Llegué por casualidad. No suelo pararme mucho en las promociones de Movistar +, la plataforma que te ofrece series, documentales, películas, o deportes, previo pago, poco, pero pago. Pero Movistar + también tiene programas en abierto. De uno de ellos hablo. En la pantalla, un fondo negro, grave, sin florituras, sin esos brillos de otros platós casi cegadores. La iluminación no es de fogonazo, con esa uniformidad que deja sin matices las facciones, los hombros, el pelo. Como atrezo, una mesa redonda de cristal oscuro y un par de sillas donde se sienta el presentador y el invitado. Uno es Iñaki Gabilondo, el otro es Pablo Alborán. Iba a darle al siguiente canal, pero tuve la tentación de mirar, y escuchar, unos segundos. Y ya no me moví.

Me quedé atrapado como se quedan los insectos en la pegajosa trampa tejida por las arañas. Esa forma de entrevistar y hacer televisión es tan rara, inusual, tan simple y adictiva que es tan moderna como los clásicos. Iñaki Gabilondo tiene bien merecida la cúspide del mejor periodismo en la que se mueve. Sabe de lo que pregunta, pregunta sin acosar, se nota que se ha documentado y ha hecho suyos los datos, no necesita demostrar que sabe más que el invitado, y el invitado, ante un tipo que maneja los tiempos y las cuestiones con la calma de la mejor conversación, se deja llevar, mecer, se siente acariciado, y se relaja, y contesta sin agobios, disfrutando la charla.

Así noté al joven cantante que ha vendido más de dos millones y medio de discos con sólo cuatro álbumes en el mercado y ha sido nominado a los más prestigiosos premios internacionales. Cualquier sábado le puede pasar a usted. Quizá el invitado no le guste, pero Gabilondo no le fallará.