Si sigue La embajada -lunes, Antena 3, último capítulo- se habrá dado cuenta, es decir, habrá sufrido cortes para la publicidad en los que nos dicen, escrito en la pantalla, que "volvemos en 30 segundos", "en 1 minuto" o en 7 minutos". Vale. Te organizas y puedes volver luego y seguir el hilo. Pero hay otros en los que, de golpe, se corta el capítulo, se desvanece la mosca que identifica a la cadena, y se da paso a un bloque de publicidad tan largo que da tiempo a sestear. No exagero. Hay siestas más cortas que esos cortes. Suspendida la trama de corrupción pestosa, mafiosa, familiar, que capitanea el personaje de un extraordinario Raúl Arévalo, un tipo peligroso que ha hecho de su puesto de trabajo en la embajada de España en Bangkok su oficina de recaudación -¿no suena todo eso a una lacerante realidad premiada con los votos de los ciudadanos?- , digo que suspendido el capítulo para la publicidad, hay que fijarse en el último anuncio del bloque.

Es la misma técnica que veíamos en El príncipe. Es decir, personajes de la trama en este caso femeninos parecen prolongar la ficción hasta que a la voz de "corten" fingen convertirse en personas de la calle, que menstrúan o tienen tanto vello en las piernas que les impiden salir a tomar algo "porque no me he depilado". Bah, dice sonriente Melanie Olivares a la amiga, eso se soluciona en cinco minutos con la maquinilla. Pero si te depilas con eso te crece más el pelo, contesta sensata la otra. Cosa de viejas, no hagas caso. Cuando veo este anuncio me encanta ser vieja. La cuchilla de "la maquinilla" afeita, hermosas, no depila. No es lo mismo. No te creas todo lo que ves en la tele.