Lo prometido se cumple. El pobre, y cada vez más siniestro Mariano Rajoy, no pudo prometernos nada como presidente el otro día porque la investidura le salió rana. Pero Ana Rosa Quintana no se ha presentado a ninguna investidura, y de ser presidenta de algo es de su comunidad, aunque no sé si las divinas comparten espacio con el resto y pisan escaleras, descansillos y ascensores por donde pisa la tropa.

¿Recuerdan una pieza en esta sección donde conté que las vacaciones de AR serían las vacaciones de una periodista en guardia, es decir, que se iba pero no lejos, que se iba pero seguiría mirando la actualidad con el rabillo del ojo, con el bikini puesto pero con el tacón al lado por si había que salir cortando y darle un empujón a Joaquín Prat, su sustituto, o ahora a la sustituta del sustituto, Patricia Pardo? Pues ha cumplido.

Ha vuelto otra vez. Lo que me mola de esta historia, de este afán salvífico, mesiánico, de este volver al tajo por si «la actualidad política lo demanda» -volvió de sus vacaciones al inicio de la XII legislatura, y lo hizo el lunes, por la sesión de investidura- es la pésima confianza que tiene en su equipo. Todos los años los presentadores de programas punteros vuelven de sus vacaciones en setiembre, en la primera semana del mes, o segunda, más o menos. Pero Ana Rosa, ante lo que ella considera un evento de primera, no confía en nadie más que en ella.

Susanna Griso volverá cuando tenía previsto volver, quizá porque Espejo público es un engranaje bien engrasado que, ocurra lo que ocurra, estará a la altura para contarlo. El programa matinal de Telecinco también, sin duda, pero es la propia AR la que, con estas decisiones, parece señalar lo contrario en su afán de ¿protagonismo?