Antes de que se diluyan en el olvido pringoso de los seguidores las voces y los rostros de los concursantes del actual Gran Hermano, Telecinco ya tiene preparada la siguiente camada. En unos días las puertas de la casa de Guadalix se abren para recibir a la panda de los llamados VIP. La misma alfalfa. Idéntico detrito. Pero hablemos de lo que no se ve. Hablemos de quien ve a esta chusma, que jalea Mercedes Milá un día, y otro Jordi González en una cosa que llaman El Debate -el domingo fue el último-, donde los zafios degradan a grito pelado, a un nivel nauseabundo, la pantalla.

¿Quién ve Gran Hermano, según las estadísticas? Además de la madre de la Merche -luego me dice que soy mal hablada, alardea la presentadora poniendo caras de barriobajera a la que le falta rascarse el nardo ante la audiencia soberana- la mayoría es gente de 13 a 34 años. Si tengo un hijo de 13 años que ve Gran Hermano la culpa no es suya, está claro.

Toda la culpa es mía. Algo he hecho mal, muy mal, para que un adolescente, mi adolescente, mi hijo, esté enganchado a esa basura, a ese espejo tóxico en el que se mira recibiendo un modelo de comportamiento y una escala de valores que no quiero cerca. Los datos encajan. Gran Hermano encuentra más seguidores en la considera- da clase media-baja -27,1-, y baja -26,4-, sin apenas incidir en la considera clase media-alta y alta. Estos datos los proporciona la propia factoría de purines, Mediaset, datos que muestra a los anunciantes para que sepan hacia quién han de dirigir los disparos del negocio. Tengo otra lectura. Que una de cada tres personas entre 25 y 34 años que ve la televisión elija ver Gran Hermano es un retrato feroz de la educación de este país.