Casi lloro la otra semana. Supongo que conocerán una de esas historias banales que de golpe se pasean por medio mundo, o sea, el mundo donde esas historias cuajan, tienen sentido, y lo conforman. El otro medio está en otras cosas, en la supervivencia, en el día a día, en criar a sus hijos y esquivar la hambruna, la guerra, buscar agua, o echarse a la calle a ver cómo se vuelve a casa con algo que poner en la mesa.

El otro día casi lloro viendo La 1. Se me hizo un nudo en la garganta viendo Corazón. La presentadora, siempre estupenda, maquillada, peinada, vestida, calzada y con poses de muñeca cara y exquisita, cuando se anunciaba el final del pestiño, va, coge, agarra, y enseña un par de algodones. Y empieza a desmaquillarse allí, en directo. Oh, imagen potente.

Mientras lo hacía, Anne Igartiburu explica el teatro. Que la mujer, venía a decir, siguiendo un movimiento que ha puesto en marcha la cantante Alicia Keys para mostrarse sin máscara, sin esa losa de tener que parecer perfectas -esta historia sólo esclaviza a las mujeres, a las que se dejan esclavizar-, que la mujer, decía, no tiene por qué someterse a estas imposiciones. Casi lloro.

Me recordó la imagen, muy potente, impactante para la época, en un teatro de Madrid viendo cómo el transformista Paco España -damas, caballeros, mariquitas simpatizantes, decía a modo de saludo en el cabaret donde actuaba- y en un acto reivindicativo de la diferencia y el respeto por el otro, se iba quitando el maquillaje, la peluca, y los tacones hasta quedar en escena, altivo, desafiante, luchador, el hombre que había debajo de la máscara. Bien. Anne Igartiburu, de nuevo, trabaja maquillada. ¿Me explico?