Si huele a sexo, tarde o temprano será objeto de interés de Samanta Villar, esté donde esté y sea lo que sea. A esta dama del periodismo seminal no se le escapa una. No se le escapa un prostíbulo con la excusa de hablar del viaje de las chicas del este a un país que las usa como mercancía en manos de las mafias.

No se le escapa un actor porno que triunfa en Hollywood con unos dientes tan blancos como los perros del anuncio de pasta dentífrica para perros y un rabo tan dispuesto como la fatuidad de los gañanes de Emma García y sus tronistas, sus hormonados, y sus señoritas de compañía, esas que aspiran a ser portada de Interviú como sinónimo de triunfo. No se le escapa un quirófano donde no sólo huela a hemorragia controlada sino a pito que sueña con ser chichi.

Esta mujer está en todo. Se le llena la boca, mirándonos, diciendo que «la intersexualidad tiene múltiples formas», enfatizando una entradilla que la propia señora suelta mirando a una cámara manejada por ella misma a modo de selfie a lo bestia, para continuar con el no va más, «bebés con genitales confusos, que a simple vista no se sabe si son chicos o chicas, mujeres que portan cromosomas de hombre, hombres a los que han criado como niñas». Toma y toma.

Un filón para Conexión Samanta, por supuesto en Cuatro. ¿Dónde si no? La putada es que en el caso de la entrega dedicada a la intersexualidad el asunto es muy serio, interesante, poco tratado, pero Samanta Villar y el equipo del programa lo tratan de una forma tan chusca, tan relamida, amanerada y amarilla que resta credibilidad. Ay, esa cámara de la reportera enchufándose a sí misma todo el rato.