Desde que empezó House of Cards, hemos asistido al ascenso de Frank Underwood (Kevin Spacey) y de su esposa Claire (Robin Wright) a las cimas más altas del poder en Washington, usando las técnicas más rastreras y apuñalando a sus rivales por la espalda, sin que lleguen a enterarse de qué les ha pasado. Acabada la quinta temporada en Movistar (los abonados de Netflix tendrán que esperar unos meses más para verla), nos enfrentamos a lo que parece el inicio del momento de la caída de Francis y al ocaso de su mandato. Por eso, es el momento de preguntarse si estamos asistiendo al final de la serie, o las conspiraciones políticas de los Underwood todavía seguirán dando juego para más tiempo. No hay establecido ningún número determinado de temporadas para House of Cards y todavía no ha sido renovada oficialmente, pero todo el mundo da por sentado que sí que tendremos sexta temporada el año que viene. Lo que venga después es una incógnita. Sin embargo, es el momento de preguntarse si no está llegando el momento de bajar el telón y marcharse dejando un buen sabor de boca al espectador. A pesar de su impecable factura, la serie ha ido perdiendo poco a poco el prestigio que tenía entre la crítica y son muchos los que se preguntan si no ha acabado convirtiéndose en una parodia de sí misma. Al fin y al cabo, la quinta temporada suele ser uno de los momentos cruciales de una serie para empezar a plantearse cuándo debe acabar.

Durante estos años, hemos visto a los Underwood paseándose por los pasillos de la Casa Blanca poniendo cara de malos. Ya son los dos los que que se permiten mirar socarronamente al espectador y contarle sus oscuros planes. La serie que pretendía sentar cátedra sobre las cloacas del poder en Washington se ha ido despojando de su seriedad y se ha lanzado a una carrera por dar giros alocados en el argumento con la única meta de sorprender por sorprender al espectador. Al menos hay que agradecer que tramas importantes de las primeras temporadas no hayan sido relegadas al olvido y sigan teniendo un peso importante dentro de la historia.

Varios eran los retos a los que se enfrentaba la quinta temporada de House of Cards. El primero de todos era la marcha de quien era uno de sus creadores originales y que ha estado en ella desde el principio, Beau Willimon, con lo que el barco quedaba en manos de nuevos showrunners. En un primer momento, se atribuyó la serie al cineasta David Fincher, pero ha sido Willimon quien había llevado la voz cantante durante estos años al adaptar a los pasillos del Capitolio el argumento de un clásico título de la BBC.

Otro de sus retos ha sido el ir allanando el camino ante un posible relevo en el reparto. El personaje de Robin Wright no sólo ha ido creciendo en intensidad y peso (hasta el punto de que podría sustituir a Kevin Spacey en el caso de que éste se marchara de la serie), sino que la actriz ha ido incrementando su implicación en las labores creativas. No sólo es una de las productoras junto a su compañero de reparto, sino que ya acumula una buena cantidad de episodios dirigidos por ella. Hasta nueve a lo largo de estos cinco años, entre ellos los dos últimos de esta temporada, que son los más importantes. A pesar de ello, todavía se leen noticias sobre las diferencias salariales entre los dos protagonistas. Ya es injusta esta diferencia sexista en otras series similares, pero en ésta es uno de esos casos que claman al cielo. Quizá Kevin Spacey y su verborrea histriónica sean lo más visible de House of Cards en un primer momento, pero el personaje de Claire es tan importante como el de Francis en el desarrollo de la trama. Y este año eso ha sido algo más evidente que nunca.

El tercer gran reto de la producción de Netflix para esta temporada es cómo le iba a sentar al argumento la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas. Todas las series que tienen un trasfondo político se enfrentan este año a las inevitables comparaciones con la realidad. Muchos han visto profético cómo House of Cards ha sabido anticipar la crisis por el veto migratorio en su país o la utilización torticera del problema del terrorismo con fines puramente electorales. Tampoco es que hayan descubierto la pólvora, ya que, por desgracia, no son pocos los políticos que en algún momento se ven tentados con hacer populismo sobre estas cuestiones. Para mí, House of Cards no termina de salir bien parada en esa comparación con la realidad, aunque no sé cuál da más miedo. Y mira que me resulta chocante que los malvados Underwood sean del partido demócrata, lo que me hace preguntarme si los guionistas no serán del partido republicano y así es como ven a sus rivales.

Entrando en esas comparaciones entre realidad y ficción, el actual inquilino de la Casa Blanca parece ser una persona menos maquiavélica que Francis Underwood. Menos Shakespeare y más mamporros. El presidente real parece una persona mucha más primaria y que usa más la testosterona que el cerebro en su toma de decisiones. Y eso que el bueno de Francis no ha desaprovechado la ocasión de solucionar sus problemas con un buen empujón a lo largo de la serie. Este año ha vuelto a hacerlo. También en algunos de sus momentos más desesperados ha recurrido a la cháchara populista y patriotera para despejar los balones que le lanzan desde la oposición. (Mira que estremece ese líder del partido republicano de barbilla cuadrada a pesar de que sabemos que los Underwood son lo peor). Las conspiraciones de antaño puede que hayan quedado atrás en la nueva política para ser reemplazadas por la política de berrinches y dar un puñetazo sobre la mesa cuando alguien te lleva la contraria. Francis Underwood cuenta sus planes al espectador mirando directamente a cámara, mientras el tiempo alrededor parece haberse detenido completamente. Su mujer ha aprendido de él y ya habla directamente a cámara también. Ya sabe que estamos ahí y nos piensa hacer cómplices de sus fechorías. Trump no necesita esos largos discursos. Con un tweet de 150 caracteres le basta y le sobra.

Tras eliminar a todos y cada uno de sus rivales, a los Underwood ya sólo les queda empezar a despellejarse entre ellos mismos. El inicio de la cuenta atrás ya ha comenzado Si Scandal ha anunciado que su séptima temporada será la última, los guionistas de House of Cards ya tendrían que plantearse también echar el cierre. A los espectadores nos prometieron grandes acontecimientos cuando los Underwood culminaran sus planes. Tantos años de planes y conspiraciones de la parejita para hacerse con el poder y resulta que no tenían otra hoja de ruta cuando lo alcanzaran más que mantenerse en él. Todo han sido improvisaciones y una huida hacia adelante a cada problema que salía a su camino. Como buenos políticos, nos han acabado dando gato por liebre a los engañados votantes.