La Scala de Milán, el Convent Garden londinense o el Mariinski de San Petesburgo fueron sus templos con la batuta. Esos santuarios se esconden ahora en un estudio de A Coruña, donde nació su esposa. "Aquí está mi vida", confiesa Alberto Zedda mientras contempla sus estanterías cubiertas de libros y pentagramas. Allí encuentra su "ordenado desorden", en contraste con el enorme salón contiguo donde se cuelan libros de literatura entre la inmensa nómina de artistas.

-¿Cómo ve al Festival Mozart tras haber sido su responsable?

-Antes había muchísimo más dinero y la calidad tiene un coste. Es una obviedad, pero un festival debe tener dinero si quiere ser importante. Lo que había hace años era mucho más importante e interesante de lo que es ahora. No tiene sentido que el Festival Mozart siga existiendo hoy en día, no basta con la inteligencia de un buen director, es necesario tener dinero. El de Pésaro tiene bastante, pero es ya la mitad de lo que tenía hace siete años. Nosotros estamos decididos a cerrar el certamen si sigue bajando el presupuesto, no permitiremos que la calidad disminuya. Y estamos muy cerca del límite, si tenemos que rebajarlo, el festival no durará.

-La última vez que dirigió a la Sinfónica de Galicia fue hace tres años, ¿echa de menos colaborar con ella?

-Es un período terminado de mi historia musical. Aquel último concierto fue dirigiendo Guillermo Tell y guardo un gran recuerdo. Echo de menos colaborar con la Sinfónica, pero ya tengo mucho trabajo ahora. Estudio, publico libros y dirijo a pesar de los años.

-¿Encuentran problemas para seguir programando a Rossini en el Festival de Pésaro?

-Sí, porque es muy difícil mantener una línea buena después de 33 años. Es un festival muy limitado porque solo se habla de Rossini, un autor inmenso que nos da muchísimas oportunidades de cambios y de descubrir cosas. Su música parece banal, pero es un compositor muy difícil. No te cuenta la vida como es, no transmite los sentimientos como los probamos nosotros. Los hombres de Rossini hablan, aman y sufren de una manera muy diferente. Detrás de esta simplicidad, que mucha gente entendió como pobreza, demuestra que se pueden decir grandes cosas con palabras simples. Es el espectador quien completa la trama en función de su cultura. El marco de libertad con Rossini es mucho mayor que con Puccini o Verdi.

-¿Coincide en que sus partituras se repiten en cada obra?

-Muchos dicen que es muy fiel y no muestra una gran evolución. Pero las grandes obras tienen un resultado final totalmente diferente unas de otras. Es una absurdez que se diga que parece toda la misma. Todo se cuenta de una manera muy moderna, llevo cuarenta años trabajando sobre Rossini y no me canso. Su obra está en el límite entre la banalidad y la grandeza. Nunca conocí un compositor tan al límite, es estrechísima esa frontera.

-¿Por qué optó siempre por utilizar instrumentos modernos para representar sus trabajos?

-Considero que no dejan de ser más que el vestido. El proverbio en Italia dice que el hábito no viste al monje. El carácter de la instrumentalización rossiniana es muy moderno, en su día era muy difícil interpretarlo. Los periódicos de la época siempre decían que la ejecución estaba mal preparada. Pero no era eso, el problema era la dificultad de tocar su música.

-Otra clave en la música de Rossini es la figura del divo.

-El divismo empezó con Rossini, antes no existía la figura de la diva. Ahora está un poco desaparecido porque los cantantes son más cultos y tienen mayor respeto por el canto. Es una música clara, limpia y simple? minimalista.

-Lejos de la cultura romántica de la época.

-Sí, nunca dice directamente un 'te quiero', sino que lo implica. No es un hijo de la cultura judeocristiana, es un hijo de la cultura libertina. Estaba fuera del romanticismo de la época, pero no lo era por ser demasiado antiguo. Estaba fuera porque estaba mucho más delante que el resto. La forma sí era antigua, pero ni Wagner ni los románticos de ese momento eran capaces de entender el contenido de las obras de Rossini. Por ejemplo, en Verdi hay un bueno y un malo.

-El Rosini Opera Festival contó este año con su mayor asistencia, ¿no le afecta la crisis?

-¡No hay sitio para tanta gente! Es un lío tremendo, si me piden 3.000 abonos no se los puedo dar porque no hay sitio. Tenemos una situación dramática, pero en el buen sentido. Hay que decir que Rossini parece popular, pero no lo es para nada, por eso el público que viene es bastante elitista. Son personas que no notan la crisis porque el viaje a Pésaro es complicado de hacer y el hotel carísimo.

-Van a tener que pedir unos auditorios más grandes.

-Y lo estamos haciendo, pero el Ayuntamiento nos lo ha prometido y no lo hace. Falta dinero para construirlo. Tenemos un porcentaje de ingresos muy alta con respecto a otros teatros. Claro que está subvencionado, el teatro lírico tiene que estarlo de una forma u otra. Esto se va a deslucir cada vez más. Aquellas producciones millonarias son ahora pobres. Hoy hacemos milagros con presupuestos bastante limitados.