La escritora y periodista madrileña Rosa Montero será la encargada de inaugurar el ciclo Letras de Outono: Sen medo ao real, organizado por el profesor de literatura Javier Pintor y que reunirá a algunos de los autores más destacados de la literatura española contemporánea en cinco encuentros. Montero hablará esta tarde a las 20.00 horas en el salón de actos de la Fundación Luis Seoane de su última novela, La carne, en la que reflexiona sobre el paso del tiempo a través de una intriga emocional.

-Ha definido La carne como su novela más madura.

-Yo creo que, si todo funciona bien, la novela es un género de madurez; vas aprendiendo cada vez más y se supone que las ultimas son mejores que las anteriores. No siempre funciona así, de hecho tengo algún libro anterior, como Bella y oscura, que me gusta más que otros posteriores. Pero lo cierto es que llevo tres novelas que las estoy escribiendo desde un lugar más maduro. Pienso que estoy en mi plenitud literaria y posiblemente es lo mejor que puedo escribir, controlo el oficio, escribo con libertad la historia fluye y me atraviesa. Y en esta novela esa sensación se da aún más.

-La protagonista, Soledad Alegre, conecta sus sensaciones con las vidas de varios escritores malditos como Pedro Luis de Gálvez, Philip K. Dick o Marga Gil Roësset. ¿Detrás de todo literato hay un maldito?

-No necesariamente, no en el sentido definitorio de la palabra. Los personajes que cito son malditos muy extravagantes, siempre me ha interesado indagar en los extremos del ser, hasta dónde podemos llegar internamente. La normalidad no existe, viene de normativo, de orden y de ley, es una especie de marco que la sociedad nos quiere imponer pero en realidad nadie casa con ese marco. Creo que todos somos divergentes y heterodoxos, quizá un poco monstruos.

-Algunas de las historias de esos escritores consiguen adquirir casi tanto protagonismo como la de Soledad Alegre a lo largo de la obra.

-Esas historias que se cuentan por la exposición que Soledad está preparando sobre escritores malditos para la Biblioteca Nacional son espejos de su vida. Ella también es una maldita, se siente atrapada por la trampa de su vida, y hay una historia en concreto que es el espejo total de la vida de Soledad y el centro de la novela.

-Soledad reflexiona que la escritura es un lenitivo contra la oscuridad, aunque no está segura de que funcione. ¿Funciona?

-Funciona, claro que sí, es esencial. Yo, como la mayoría de los novelistas, he escrito desde que era niña. Para mí es algo esencial, estructural, es una definición básica de lo que soy. Es como un esqueleto exógeno que me mantiene en pie y no se me ocurre de qué forma podría soportar la oscuridad de la vida sin escribir.

-Mantiene en todo momento la distancia con su personaje principal, pero en un momento de la obra habla acerca de la imaginación con él.

-Se me ocurrió salir yo misma como personaje, y me divertí muchísimo haciendo ese capítulo. Algo que hago mucho en todas mis novelas es jugar con esa frontera borrosa que separa la realidad de la ficción, para mí están muy entremezcladas incluso en mi vida real. Cuando recuerdo algo que me ha sucedido hace veinte años a veces no sé si me ha pasado de verdad, si me lo he inventado o si lo he escrito. Mi escena con Soledad forma parte de ese juego y me sirve estructuralmente, porque esa Rosa Montero le explica a Soledad cómo la creación te puede sacar de los agujeros de frustración.

-¿Tiene más peso el papel de la carne como prisión o como liberación en la sociedad actual?

-Las dos cosas, es lo único que tenemos. La carne es eso que nos aprisiona porque no hemos elegido nuestro cuerpo, y nos enferma, nos tiraniza y nos mata al final. Pero también esa carne nos da todo lo que nos hace sentir que la vida merece la pena, nos hace rozar la gloria, sentirnos eternos cuando amamos y nos fusionamos con el otro. En esos momentos la muerte no existe, somos pura eternidad.

-¿Comparte la visión pesimista que la protagonista tiene en torno a la vejez?

-Las reflexiones de Soledad sobre el paso del tiempo son básicas en la realidad del ser humano. Ella es muy distinta a mí en lo más básico, como en su misantropía tremenda o en su pasividad, pero todos nos damos cuenta de que con el paso del tiempo lo vamos perdiendo todo; lo peor de envejecer es que se te caen los días del calendario, la posibilidad de reinventarte en el futuro... Todo esto si tienes suerte porque, si no, te mueres joven. La muerte es la gran tragedia del ser humano, pero hay gente que lo lleva mejor y otra peor. Yo siempre he estado muy obsesionada por el paso del tiempo y considero que los novelistas somos personas más obsesionadas por ese tema que la mayoría de la gente.

-En la novela hay muchas referencias musicales. ¿Le ayuda la música a inspirarse a la hora de enfrentarse a la hoja en blanco?

-No, cuando escribo no puedo poner música. Me gusta tanto que es absorbente: o escucho música, o escribo novela, o leo. La música es una de mis grandísimas pasiones, y lamento no saber tocar ningún instrumento. En esta novela hay mucha, empieza con una escena en la ópera, y también está influenciada por otro tipo de músicas. De hecho, he creado una lista abierta en Spotify llamada La carne a través de mi usuario Salamandra Madrid. Es una lista de las músicas de la novela, no solo de los fragmentos de ópera que se citan sino también de gente como Beirut o Tom Waits.

-La historia de Soledad la van complementando óperas como Tristán e Isolda o Muerte en Venecia. ¿Qué estilos musicales han marcado su historia?

-Me gusta prácticamente todo, sería más sencillo decir lo que no me gusta. Me encanta la música clásica, la minimalista, el rock, el blues, la electrónica, la indie... Tengo un gusto muy ecléctico.

-Ahora que se ha acercado a su entorno más próximo con La carne, ¿seguirá la misma línea en sus siguientes novelas?

-No, porque mi siguiente novela será sobre Bruna Husky, será la tercera novela de este personaje, volveré a ese mundo del Madrid del 2109. En La carne me he acercado al mundo social en el que vivo: es en Madrid, es contemporánea, está protagonizada por gente de mi edad y en un ambiente intelectual y artístico. Pero te diré que todas las novelas, estés en el 2109 o en el siglo XII, para mí hablan siempre de lo mismo y son igual de íntimas, surgen del centro del corazón.