Al principio, había más gente sobre el escenario que entre el público. Los músicos, algunos de los cuales harían brillar luego su nombre en los carteles de los grandes teatros, tocaban sobre unas tablas que había nacido apenas con el propósito de ser un local en el que ensayar, y que se abría hueco a codazos en un panorama en el que los directos no eran ni de lejos tan populares como ahora. "Hoy encuentras 40 actuaciones, pero en esa época, no había ni tres conciertos el fin de semana. En los 90 estuvo tocando aquí Love of Lesbian, y creo que éramos seis personas en el local", cuenta entre risas el dueño del Garufa Club, Pepe Doré, haciendo memoria.

La conocida sala, hoy ya un referente en la oferta musical de la ciudad, lograba hace unos días la prueba de la distancia con aquellos tiempos. La quinta Edición de los Martín Códax reconocía su trayectoria con el galardón a la Mejor Sala de Conciertos de Galicia, premiando al Garufa por su más de dos décadas de trabajo dentro del sector. El premio lo recibió Doré "con mucha alegría", sobre todo porque hacía tiempo que el título miraba hacia el Garufa Club. "Era la cuarta edición en la que estábamos nominados como finalistas, y esta vez fue la vencida", dice el músico, que asegura que "lo más importante" no es el nombramiento, sino que se reconozca en la gala la labor de las salas de música.

La del Garufa lleva cerca de 26 años con un programa importante. Alrededor de 170 conciertos se dan cita al año en la ciudad gracias a este local, que señala como causas del galardón tanto sus actuaciones como su estética de club antiguo. "No es la típica nave cerrada que te atiborra con un volumen brutal, es acogedora", explica Doré sobre el estilo que el local conserva desde sus primeros pasos en la calle San Francisco, en la Ciudad Vieja. Era allí, en una pequeña sala antes conocida como El Apartamento, donde el club nacía de la mano del músico y Marcos Meléndrez. Los miembros de Los Doré se embarcaban a principios de los 90 en el "nada rentable" negocio de las salas de conciertos para tener un espacio en el que poder actuar y ensayar, bautizando al local con el nombre de uno de los tangos que solían subir al escenario. "Garufa viene de un vocablo del lunfardo, una jerga rioplatense. Se refiere a un tipo un poco gamberro, que tiene ciertos vicios, pero buen corazón", comenta el músico, que confiesa que cada vez "lo es menos".

El motivo es "la segunda etapa" que la sala iniciaba con su traslado al número 5 de Riazor. Tras 23 años, Pepe Doré dejaba "con dolor de corazón" la que había sido hasta entonces la casa del Garufa, en la calle San Francisco, y afrontaba el "reto" de llenar un local más grande, que le exige hoy una dedicación "casi" completa. "Tengo que estar en todos los frentes", reconoce el intérprete con una sonrisa, mientras asegura que las penurias de negocios como el suyo se sobrellevan solo "con vocación". "Las salas somos un sector muy débil. Las normativas son muy duras, y la música en directo aquí no se entiende como algo a proteger. En Europa, los clubes están subvencionados al 80%. Aquí, no llega al 5%", lamenta.

Como contrapeso a estos obstáculos, está la música. De todos los conciertos que la sala ha acogido en su historia, el dueño del Garufa recuerda con especial cariño la actuación del compositor gaditano Javier Ruibal, que inauguró con su directo la ampliación del primer local de Doré. "Es un artista al que respeto mucho. Le quise traer más veces, pero no he podido", dice el músico, al que le queda como "una espina clavada" las "calabazas" que le dio el cantautor Javier Krahe.

De lo que está más orgulloso, sin embargo, no es de los grandes nombres que han pasado por el local, sino por los más pequeños. Doré sigue con el Garufa la filosofía de "el primer peldaño", con la que trata de convertir su local en un espacio para las oportunidades. "Las salas son el primer peldaño para cualquier persona que tenga un discurso".

Es muy raro que alguien que se haya dedicado a la música en los últimos veinte años no haya pasado por aquí", afirma. Seguir protegiendo a los artistas emergentes, y también a los géneros más minoritarios, son los propósitos de Doré para la siguiente década al mando del Garufa, que promete muchas más noches de música junto al mar.