Dicen quienes le conocieron que Nacho Salorio jamás dejó de tener un lápiz en la mano. Que dibujaba siempre, incluso en su despacho de la calle Españoleto, donde ejercía de abogado laboralista allá por los años 70. Por aquel entonces, el coruñés, que falleció hace siete años, se dedicaba con empeño a la defensa de los perseguidos por el Tribunal de Orden Público del franquismo. No olvidaba, sin embargo, la que siempre fue una de sus grandes pasiones, la pintura, para la que arañaba tiempo entre leyes y sentencias. "A veces, cuando atendía llamadas telefónicas, parecía que estaba tomando notas, pero en realidad estaba haciendo dibujos en los papeles", recuerda con humor su amigo Juan Ignacio Macua, organizador de la exposición que ahora lleva su nombre.

Junto a la viuda del pintor, Emilia Graña, el museógrafo se ha encargado de diseñar una retrospectiva del arte de su compañero. La muestra, con alrededor de una treintena de obras, se inaugurará mañana en la sala de exposiciones del Ayuntamiento, donde a partir de las 19.30 horas se podrán observar los motivos principales de su trayectoria entre los años 70 y la primera década de este siglo. "Hay mucho mar, porque era un enamorado del océano y los barcos, y mucha protesta", cuenta Macua, que asegura que la costa era una de las mayores inspiraciones de Salorio. Más de la mitad de los cuadros de la exposición, en su mayoría acrílicos, los dominan las aguas del Atlántico, e incluso sus arenas, que el artista recogía en las playas coruñesas para añadir a sus lienzos. El daño que supuso para ellas el accidente del Prestige, en 2002, se volcó como los arenales también en sus pinturas, que recogen su desastre en algunos de las piezas de la exhibición. "Está su visión de la vida, y cosas como la guerra y el Prestige. Siempre estuvo presente su compromiso con la realidad", asegura el museógrafo.

El sentido de la justicia que le movía ante los jueces lo trasladaba Salorio a su pintura. El coruñés no apostó por las artes desde un inicio porque "la carrera de Derecho se hacía" entonces casi "por obligación familiar", pero acometió "con pasión" su labor de abogado, a sabiendas de que era mucho "el bien" que podía hacer "con la justicia". "La verdad es que se la jugaba. Sus colegas murieron en Atocha", explica Macua, en referencia al atentado de 1977 acontecido en Madrid. Pese a los peligros que entrañaba, el letrado atendió durante su carrera cerca de 8.000 casos, entre los que se cuentan la victoria contra la controvertida urbanización de Porto Infanta. Con la llegada de la democracia, Salorio "vio", sin embargo, el cielo abierto" y abandonó el Derecho para montar en su Galicia natal un restaurante, que le servía al tiempo de taller. "Allí se reunía con escritores, con músicos... Con el mundillo de la intelectualidad", recuerda Macua sobre su amigo, al que el cáncer derribó mientras trabajaba en una nueva exposición.

Recordarlo, asegura el museógrafo, es necesario, especialmente en su ciudad, donde el tiempo pasado en Madrid ha pasado factura a su legado. Ni Macua ni Graña descartan, por ello, nuevas retrospectivas sobre el pintor, cuyas obras permanecerán abiertas al público hasta el próximo 29 de junio.