Brillante acto musical para despedir la temporada. Un estreno en España (la obra de Fagerlund); una de las mejores interpretaciones que se han escuchado en esta ciudad del concierto de Chaikovsky (acaso similar a la inolvidable versión de un joven Sokolov con la Sinfónica de Moscú, dirigida por Verónica Dudarova, en 1986); y una Consagración de la primavera que puede considerarse una de las mejores que ha hecho esta orquesta. La contribución de la pianista georgiana en Chaikovsky, asombrosa. Fue repetidamente aclamada por un público que supo valorar la excepcional versión que había escuchado. Porque no sólo fue ella; también la orquesta estuvo en uno de sus días muy grandes que ya vienen siendo más habituales que extraordinarios. La joven artista puede conseguir una pulsación impresionante (en el final del concierto, con la orquesta en plenitud, sus octavas se escuchaban con total claridad) y mostrar una delicadeza y un juego dinámico con pianísimos que son más bien sutiles hilos sonoros. En el Minueto en Sol menor, de la Suite nº 1 en Si bemol mayor, HWV 434, de Haendel, que ofreció como bis, el control dinámico resultó perfecto con un volumen medio-piano impecable, que apenas se matizaba en los efectos-eco y en las delicadas ornamentaciones de carácter clavecinístico (trinos, mordentes circulares). La Orquesta, maravillosa, realizó una versión enormemente apasionada, dando réplica a la temperamental solista y a un director que en el repertorio ruso parece imbatible. Lo demostró asimismo con una interpretación de la genial partitura de Stravinsky en que supo combinar el extraño y ancestral lirismo con la brutal violencia de la Rusia primitiva. Los jóvenes que completaron esa orquesta monumental que precisa Le Sacré du printemps, se integraron con total naturalidad en un conjunto perfecto, capaz de regalarnos una versión que hasta creo que el siempre descontentadizo Stravinsky hubiera aprobado.