Una década después de Las rosas de piedra, Julio Llamazares pone el broche a su recorrido por las 75 catedrales españolas con Las rosas del sur, un trayecto por la parte más cálida del país y por la psicología de quienes la pueblan. La obra, con el que el autor cierra un proyecto en el que ha invertido cerca de 20 años, la presentará este miércoles 7 de noviembre a las 20.00 h. en la Fundación Seoane, como parte del ciclo Letras de otoño.

- ¿Qué saca uno en claro después de haber visitado 75 catedrales españolas?

-Confirma muchas sospechas e intuiciones, como puede ser la diversidad de esto que llamamos España. La diversidad de paisajes, culturas, mentalidades? Pero también la constatación de que todos estamos aquí intentando cumplir un objetivo. El argumento de la vida es la búsqueda de la felicidad, y cada uno lo busca a su manera y por cauces diferentes. Eso es lo que uno advierte viajando por las catedrales.

-En Las rosas de piedra , la primera entrega del proyecto, repasaba las catedrales del norte, y en esta las del sur. ¿Ha encontrado diferencias en el recorrido?

-Hay muchas diferencias. Entre Galicia y Andalucía hay un mundo de sensaciones distintas y de maneras de concebir la religiosidad y la sociedad. Se ve recorriendo las catedrales. Mientras que las del norte se construyeron mayoritariamente en la Edad Media, porque ya eran territorios cristianos, las catedrales del sur se construyeron a medida que se reconquistaban territorios a los árabes, sobre antiguas mezquitas musulmanas. Esa superposición de las dos culturas, la cristiana y la musulmana, se advierte todavía en la forma de vida y de ser de la gente del sur.

-A usted en algunas catedrales le recibieron con sospecha. En la de Teruel hasta le paró la Policía.

-Me pidió la documentación en medio de una misa solemne, porque era la Fiesta Mayor de Teruel. No deja de ser sintomático que el que alguien se interese por las catedrales sea sospechoso [se ríe]. Eso indica una carencia que tenemos en este país, en el que nos interesamos muy superficialmente por nuestro patrimonio y nuestra historia. Pero sí, a lo largo de un viaje de 17 años como fue este, te suceden miles de anécdotas. Me robaron, y en Baeza estuve a punto de quedarme encerrado en la torre porque se olvidaron de mí.

-También negativa fue su visita a la catedral de la Almudena. En el libro parece que le desagradó bastante.

-No es que me desagradara la catedral de la Almudena, sino que no es el modelo de catedral que preferiría. A mí me gustan más las catedrales con historia, pero la de la Almudena refleja muy bien el carácter de la ciudad que la levantó. Es una catedral impostada, de nuevos ricos como es Madrid, que era un pueblo y que por una decisión real se ha convertido en la capital de España. Con ese afán de ostentación tan característico de esta ciudad, se levantó este templo, que no tiene nada que ver con una catedral como la de Santiago y la de Burgos.

-Sí que tiene que ver el ambiente, invadido por el turismo que retrata en su obra. ¿La desacralización es un proceso o una realidad?

-Es una realidad. Las catedrales son espejos de piedra en los que se refleja la sociedad que las visita. Los templos son lugares de culto, y merecen un mínimo de respeto que muchas veces brilla por su ausencia por el nivel educativo de la sociedad en la que vivimos. España hoy es un parque temático para turistas. Hemos vendido nuestros signos de identidad más queridos al turismo, porque eso crea puestos de trabajo y riqueza. Eso se advierte en las catedrales, que han dejado de ser lugares abiertos a los vecinos para convertirlos en museos para la explotación turística, pero también en más cosas. El Camino de Santiago, por ejemplo, ya no es un camino espiritual, sino una gran operación de marketing.

-Fue precisamente en Santiago donde comenzó hace 17 años su recorrido. Imagino que no le sorprenderá que ahora se vaya a empezar a cobrar por visitar el Pórtico de la Gloria.

-Me parece que han tardado mucho, tal como va la deriva [risas]. Cuando yo empecé a viajar por las catedrales, el 90% estaban abiertas al público, que es como considero que deberían seguir. Cuando terminé el viaje prácticamente todas ellas se habían convertido en museos, en los que te cobran por visitarlos, por lo cual se produce la paradoja de que los ven todas las personas de fuera, mientras que la gente que vive al lado no los visita.

-Le hablaba antes de La Almudena. Allí se encontró de frente con ese vínculo entre la religión y el patriotismo más rancio, en una misa de reparación de Cristo. Usted lo llama el regreso a la España eterna, ¿seguimos siendo la misma que hace años?

-Por suerte no, pero todavía queda muchísimo reducto de la España del franquismo que parecía que había desaparecido, pero que sigue latiendo bajo la superficie de la España democrática y actual. Basta rascar un poco para advertir que las brasas de cierta concepción imperial de la España anterior siguen subyaciendo debajo de la superficie. Cualquier acontecimiento, como puede ser la exhumación de los restos de Franco o las reivindicaciones independentistas, hacen que esa España vuelva a levantarse otra vez en armas, de momento dialécticas, pero con una gran agresividad. La España anterior no desapareció con la promulgación de la Constitución. Hay una parte de España que todavía sigue añorando el pasado.

-¿Es una lucha con la memoria?

-Sí. Es que al final la historia es la pugna entre el conservadurismo y el afán de renovación. La historia avanza así, con unos queriendo tirar hacia atrás, y otros queriendo tirar para adelante. Pero, por suerte, la memoria es como el agua, no se la puede hacer desaparecer. Siempre acaba abriéndose camino.