La flauta es un instrumento mágico porque produce sonidos singulares, etéreos, irreales, que sugieren una amplia gama de sentimientos y de pasiones; desde evocar la tristeza, incluso lo fúnebre (sobre todo, la quena andina), hasta la alegría festiva. Sara y Beatriz son dos flautistas salidas de los conservatorios coruñeses. Todavía muy jóvenes, tocan ya de un modo maravilloso. Junto con otros compañeros, compusieron un programa grato y variado, de notable dificultad. Y salieron airosas de la prueba. Comenzaron a dúo con el precioso scherzo de El sueño de una noche de verano, de Mendelssohn, pieza muy complicada para el perfecto encaje de las dos voces, que resolvieron con gran acierto. Le siguió la Sonata en Trío en Mi mayor, de C.Ph.E. Bach, para dos flautas y bajo continuo, rol, este último, que hubo de asumir el piano. Y llenó la primera parte el Concierto en Re menor, de Doppler, para dos flautas y piano, obra compleja, que valió a los tres intérpretes encendidos aplausos. La segunda parte se abrió con una bella obra de Honegger, una Rapsodia para dos flautas, saxo alto y piano; a pesar de la dificultad tímbrica por la incorporación al grupo del saxofón, la partitura posee un segundo tiempo admirable, digno del gran compositor. Singular pieza de Eugène Bozza: Día de verano en la montaña, para cuatro flautas, con interesante manejo polifónico de los cuatro instrumentos. Y, en fin, Tres danzas para dos flautas y piano, una maravillosa partitura, de inspiración inequívocamente brasileira, de Gary Schocker, cerró el concierto entre ovaciones y exclamaciones de entusiasmo. Correspondieron los intérpretes con un notable bis: Le pas espagnole, de Gabriel Fauré.