Sí, por fin. Hace años que no escuchamos zarzuela en vivo. Ni siquiera nos visitan ya aquellas flojas compañías itinerantes, que nos traía en dosis homeopáticas el teatro Colón. Y es una pena porque en A Coruña hay una enorme afición que la reclama; y porque la zarzuela tiene mucha música de alta calidad, pese a que no han faltado voces que han desacreditado el género en su conjunto, por prejuicios, por ignorancia o por ambas cosas. Cuando se toca con una gran orquesta y un buen director, puede sonar de maravilla. El inolvidable Ataúlfo Argenta, al frente de aquella irrepetible Orquesta Nacional, levantaba a los públicos de Europa con el preludio de El tambor de granaderos, de Chapí, o el intermedio de La boda de Luís Alonso, de Giménez; uno y otro los escuchamos en este concierto con una soberbia interpretación de la OSG. De Chapí es también La revoltosa -cuyo admirable preludio sonó en esta velada- que hizo exclamar en su día a Saint-Saëns: "¿Y esto es el género chico? ¡Pues cómo será el grande!". Por su parte, Giménez, es autor de otra maravilla: La tempranica, en la que el recordado director Igor Markevitch hallaba una grandeza dramática que le recordaba a Chaikovsky. De esta obra escuchamos una preciosa versión de la romanza Sierras de Granada en la bella voz lírica de Susana Cordón, que ya nos había deleitado con la bella romanza de Jugar con fuego, de Barbieri. El tenor Ferrer se hallaba indispuesto y hubo de recortar sensiblemente el programa. Con todo, cantó muy bien (grato timbre, fraseo impecable) la romanza de La tabernera del puerto, de Sorozábal; y estuvo brillante en el dúo de El gato montés, de Penella, que contiene una mención del célebre pasodoble torero; y en el de El dúo de la Africana, de Fernández Caballero, que se ofreció como bis. El público mostró repetidas veces su entusiasmo y aclamó a todos los intervinientes al final.