Durante los años que estuvo en el instituto Monelos, el profesor Luis Vázquez de Sancho tuvo muchos alumnos, aunque pocos como los de la promoción del 92. "La mayoría han sido positivos, pero tan implicados como esos quizá no. Era un grupo de chavales muy entusiasmados", recuerda el antiguo maestro de Imagen y Sonido, que emprendió con ellos la "ambiciosa" tarea de dar vida a un largometraje. El filme, en el que profesores y estudiantes invirtieron tres años, quedó a pesar de los esfuerzos aparcado tras la graduación. Hoy, casi tres décadas y 30 cintas de VHS después, El contrato podrá verse finalmente completo en el centro de enseñanza, donde se proyectará a las 18.00 horas con las últimas escenas que quedaban por rodarse.

El visionado del filme se enmarca dentro de la Semana do Audiovisual do Instituto de Monelos, en la que se comparten desde ayer y hasta el jueves piezas realizadas por exalumnos de la escuela. Precisamente uno de ellos, Andrés López, fue el que decidió en 2016 rescatar aquella obra olvidada del 92, y darle el cierre que las circunstancias no le habían permitido tener. "Los alumnos acabaron sus estudios y algunos se marcharon fuera. A mí me daba mucha pena que se quedase así, pero a Andrés se le ocurrió remasterizarlo y volver a montarlo", cuenta De Sancho sobre la pieza, de cuya sinopsis no quiere desvelar más que su "misterio, ironía y reflexiones filosóficas".

La "esencia" de esa temática se mantiene, asegura, en el broche que se le ha añadido a la película en el nuevo milenio. A pesar de estar jubilado desde hace cuatro años, el exprofesor no ha dudado en regresar en esta segunda vuelta al frente del proyecto, para el que ha tenido que echar mano como director de ingenio e inventiva. "Cogimos a otros actores e hicimos un parche y un salto en el tiempo. Por la historia acaban pasando 40 años", explica De Sancho, acostumbrado desde sus inicios a los retos de El contrato.

En 1993, cuando el filme daba sus primeros pasos ante las cámaras, el mundo de la producción audiovisual era mucho más complejo. El profesor recuerda con cariño aquellas "pesadas" sesiones de grabación que compartía con sus alumnos- cerca de una decena- que sacrificaban su tiempo de ocio para hacer cine en puntos como el antiguo restaurante Tamarindo o el Hotel Riazor como telón de fondo. "El mérito que queda es el trabajo de estos chavales, porque hoy con un móvil haces mejor imagen que la que hacíamos con trípodes y poniendo sedas delante de las luces. Inventábamos de todo", dice entre risas el antiguo maestro, que prefirió quedarse "en el laboratorio" de revelado que adaptarse a las nuevas tecnologías.

Durante los últimos años de trabajo, sin embargo, De Sancho sí fue testigo de muchos de los cambios del panorama de la cinematografía. Como profesor celebró algunos avances, como el aumento del número de alumnas en una materia antaño eminentemente masculina, pero otros se le atragantaron en la añoranza de tiempos con más "encanto". "No reniego de lo de hoy, pero tengo un poco de nostalgia. De chaval mi pasión era ir a los cines, que llegaron a estar muy mal, pero cada uno tenía su sabor. Hoy vas a un centro comercial y parece que vas siempre a la misma sala", lamenta el director, que ejerció como gerente durante 20 años del Cine Valle Inclán.

La sala, ya extinta, fue un ejemplo de aquellos locales que abundaban en A Coruña, y en los que De Sancho hacía cola en su juventud durante horas por las mañanas para conseguir los tiques de la sesión de la tarde. Aquella afición cinéfila la trasladó más tarde al Instituto Monelos, donde recordará hoy en una jornada "emotiva" la chispa cinematográfica que consiguió prender con esfuerzo en sus alumnos.