En este concierto, cuatro músicos se muestran como importantes orquestadores. No es fácil discutir tales méritos a Chabrier, que maneja los timbres orquestales con enorme riqueza de matices; y aun menos a su compatriota Berlioz a quien -aunque concita odios y amores- nadie niega la extraordinaria intuición orquestadora y la sabiduría instrumental. Tal vez no sea tan evidente en Chaikovsky; pero en este segundo concierto para piano, dentro del movimiento central, violín y violonchelo por un lado y el piano por otro (coincidiendo los tres en algún momento), dialogan o se enfrentan con la orquesta. A Piazzolla nunca lo vemos tan brillante orquestador como en esta obra dedicada a Buenos Aires, muy influida por su maestro Ginastera. Y una orquesta formidable, poderosa, capaz de las más sutles gradaciones de volumen, nuestra Sinfónica, tradujo este programa que parece una verdadera "pietra di parangone". El costarricense, Giancarlo Guerrero, es un director de estilo fogoso y gestualidad poco convencional, rica y variada; notable comunicador, establece una relación de cuasi complicidad con la orquesta y con el público. Su eficacia al frente de la OSG resultó más que evidente. Gerstein es un pianista dotado de una formidable técnica; no estimo, en cambio, su sonido, con frecuencia opaco debido al uso del pedal; y esa misma opacidad hace que el fraseo no siempre resulte claro. Muy aplaudido, ofreció como bis un Vals de Chopin. En el concierto de Chaikovsky brillaron Rouslana Prokopenko y Máximo Spadano que fueron largamente ovacionados. ¡Qué primeros atriles tiene nuestra orquesta en todas sus secciones!