Que renuncien a ella los compositores pseudointelectuales -y también algunos pseudoaficionados- que nos han amargado la vida abominando de la belleza en la música. A muchos, a la mayoría, de cuantos asistimos a los conciertos nos conmueve profundamente la maravilla sonora que es el Lago encantado, de Liadov, tanto como la melodía que señorea el segundo tiempo del Concierto de Aranjuez y, desde luego, esa maravilla que es capaz de crear Rachmaninov para el tercer movimiento de su Segunda Sinfonía. Si, además, escuchamos estas obras por una orquesta sinfónica de primerísimo nivel (léase, Sinfónica de Galicia), dirigida por una magnífica batuta (Dima Slobodeniouk) y con un solista extraordinario (Sáinz Villegas), el disfrute estético nos sitúa en las más elevadas cimas de la satisfacción artística. El guitarrista riojano es un artista en toda la extensión de la palabra: fraseó y matizó con elegancia frase por frase el concierto de Rodrigo y, en consecuencia, recibió una clamorosa aprobación. Correspondió con dos bises, ambos de Francisco Tárrega: Gran Jota de concierto, obra de extrema dificultad, colmada de efectos especiales (golpes en la caja, sonoridades especiales), y Recuerdos de la Alhambra, delicada pieza, marcada por el efecto de trémolo, que halló en Pablo Sáinz intérprete ideal. La Orquesta, asombrosa, con calidades sonoras de altísimo nivel en pianísimos de antología; Dima halló el balance preciso para permitir que la voz de la guitarra -tan tenue, aun con amplificación- se escuchase frente a una poderosa orquesta sinfónica. Ésta halló en sus manos expresiones de gran belleza con Liadov y realizó una versión de referencia con la preciosa partitura de Rachmaninov.