-Era en el 84 cuando publicaba La ternura del dragón , ¿es muy diferente aquel Ignacio Martínez de Pisón del que escribía Filek ?

-La verdad es que sí, porque yo hace 35 años ni siquiera tenía una vocación de investigación del pasado. Pensaba que con mi imaginación tenía suficiente para inventar historias. A medida que me fui haciendo mayor, me di cuenta de que había una fuente de historia mucho más rica que mi inventiva, que era la realidad. Solo diez o doce años después empezaría a visitar archivos para buscar temas.

-¿Cuándo se da cuenta de la importancia de ese poso histórico para sus personajes?

-Fue en una novela en la que, por las fechas en las que ocurría, tenía que haber hablado del golpe de estado del 23F y, sin embargo, no lo hacía. Ahí es cuando empiezo a pensar que en las novelas tiene que hablarse de que somos producto de una sociedad determinada.

-Al final usted se ha convertido en el cronista de la española.

-No tanto en un cronista, porque mis novelas no tienen vocación de crónica, pero es verdad de que, a través de las peripecias de los personajes, puedes percibir los cambios que se han producido. También es cierto que me he convertido en una especie de historiador amateur por esa necesidad de descubrir historias que otros no han investigado, como el asesinato de José Robles en Enterrar a los muertos.

-Aquella fue la primera vez que se desligó de la ficción. Ahora lo hace de nuevo con Filek .

-Sí. Realmente lo que se sabía era muy poco, y además todo el mundo repetía lo mismo. El párrafo que le dedica Paul Preston en su biografía de Franco es prácticamente todo lo que se sabe. Pero enseguida vi que había papeles que nadie había consultado sobre, por ejemplo, su paso por las cárceles republicanas en la Guerra Civil. Como todos los seres humanos dejamos siempre rastro allá por donde pasamos, dije: "Voy a ver los archivos españoles para ver si consigo documentar la parte española de la vida de este hombre". A partir de ahí, fui construyendo la historia, que es una investigación biográfica sobre un pícaro internacional.

-Da en el clavo con la palabra, un pícaro. ¿Cómo llega un criminal de tan pequeña escala hasta Franco?

-Sencillamente los planetas se alinearon a su favor, de tal manera que un estafador experto como él podía fácilmente aprovecharse.

-No fue la primera vez.

-Él había sido un estafador antes de la guerra, y en otros países, pero esos tres años de cárceles republicanas le absolvían de su pasado. Se había convertido en una especie de mártir de la nueva España. Otra circunstancia fue que ese primer gobierno de Franco fue una auténtica chapuza. El ministro Alarcón no sabía absolutamente nada de hidrocarburos, y Franco tampoco es que fuera precisamente un genio. Entre unos y otros, un pequeño estafador de repente se convierte en un hombre que estafa a la jefatura del Estado. De hecho, creo que su mayor error fue no irse a tiempo. Por lo que he sabido después, su intención era marcharse a Argentina en la primavera del año 40, pero para entonces ya habían empezado a investigar su oferta de gasolina sintética.

-Recuerda la historia a aquel cuento de El traje nuevo del emperador ?

-Sí, es que en realidad es un poco eso. Nadie quiere asumir la responsabilidad de decirle a Franco que ese hombre le está engañando. Pero claro, ¿quién se lo dice? Con lo entusiasmado que aparentemente estaba Franco y sus acólitos con este invento, que iba a sacar a España de la miseria. Quedaba en evidencia el régimen. Al final la realidad se impuso por ella misma, pero durante varios meses nadie quiso decirle la verdad.

- Hablamos del franquismo, pero en la novela se retrotrae hasta los tiempos de la República, en 1931. A muchos sorprende todavía cómo se acabaron frustrando todas esas esperanzas que captura en su relato .

-La II República fue el momento más glorioso que tuvimos de avance democrático en España. De repente, España esprintó para intentar ponerse a la altura de los otros países europeos. Pero aquel esfuerzo al final no sirvió para nada, porque la sociedad española se polarizó de manera que tenía que estallar por algún lado. Tuvimos la mala suerte de fuera con una guerra civil, y con una derrota de la República que convirtió a España en una dictadura durante casi 40 años.

-Luego vino la Transición, un periodo por el que siente predilección como escritor. ¿No le despierta interés todo lo que ha venido después?

-No es que no me interese, es que creo que todas las historias que han venido después le corresponden a una generación posterior a mí. A la generación que ahora tiene treinta y tantos años, que es la que va a contar por ejemplo la crisis, porque es la que más la ha padecido.

-¿Uno tiene que escribir sobre lo que más ha vivido?

-No necesariamente. No quiero ser dogmático, pero me parece que cuando uno habla de cosas cercanas que le han afectado, está más cerca de encontrar ese tono de verdad y de vida que necesitamos para las novelas. Lo que te ha importado a ti, probablemente le importará también al lector.

-Quizá sobre todo ahora, que el pasado parece estar abriéndose camino hacia el presente.

-El pasado nunca termina de irse del todo, siempre hay una parte que sobrevive en el presente. Todo lo que ocurrió en la II República y en la Transición son dos etapas en las que tenemos que vernos reflejados, porque buena parte de la polarización de la sociedad y de sus convulsiones las estamos reproduciendo. Eso sí, a una escala mucho más suave. No podemos descartar que la cosa se estropee de manera dramática, pero también tenemos que recordar que la España actual es mucho mejor que la de hace 40 años.