Fue un regalo lo que selló el destino de Cristina Branco. Un disco que su abuelo le dio en su mayoría de edad y que contenía una selección de canciones de Amália Rodrigues. La gran cantante portuguesa, además de su propia leyenda, se ha labrado ya la de marcar de forma irremediable las carreras de aquellos que se encuentran con su música. Branco, hoy décadas después de aquel cruce de caminos, no fue una excepción a la regla, y se lanzó a una música tradicional que ha regenerado con nuevas inquietudes.

De ellas, y de su búsqueda constante entre los géneros, nacía el año pasado Branco, su último trabajo. Con una fusión de influencias, y tan solo una pincelada de aquel fado con el que comenzaba, la artista reivindica un mundo libre de artificios, que sella con apellido propio. Este viernes, a las 20.30 horas, la portuguesa retomará su vena más fadista, y lo hará con acompañantes de primera. La Real Filharmonía de Galicia, dirigida por Pedro Neves, interpretará junto a ella fados y composiciones populares, firmadas por nombres como Mário Laginha y Armando Machado.

-¿Cómo afronta tanto músico en el escenario, acostumbrada a formaciones más reducidas?

-Es verdad que estoy acostumbrada a formaciones más pequeñas, pero la orquesta es una experiencia que me encanta, porque siempre hay algo que aprender. Cuando haces un trabajo con mucha gente, tienes que controlar tu ego, y eso te hace más humilde.

-Hará un homenaje al fado, ¿servirá este concierto para calmar a los que dicen que se ha distanciado del género?

-[Risas] No lo sé. La verdad es que no es cierto que me distanciara. Al contrario. Cada vez que canto cosas que están lejos del fado, me aproximo, porque la búsqueda de la raíz es cada vez más importante para mí. Por eso cantar fados en A Coruña significa estar cerca de mi casa y mis raíces.

-Sin embargo, se ha definido alguna vez como una rara avis en el universo del fado...

-Porque vivo entre dos mundos. No me siento completa siendo solamente fadista, ni tampoco solo en la contemporaneidad. Necesito un compromiso entre las dos cosas. Desde mi primer disco había algo de innovación y un poco de tradición, porque esa soy yo.

-¿Haberse criado lejos de la cuna del fado que es Lisboa influyó en esa aproximación?

-Eso no fue fácil. Como soy del centro del país, el fado en los años 80 estaba muy lejos de mí, y solo llegaba con los discos que me daba mi abuelo. Fue entonces cuando me quedé encantada con la voz de Amália Rodrigues y, sobre todo, con la forma en la que contaba la historia. La aproximación que yo he hecho al fado ha sido a través de su voz, pero no de la tradición. Siempre entendí el fado como algo a evolucionar, y así me he acercado a él.

-Su primer concierto y donde empezó su popularidad fue en Holanda, cosa que también ha ocurrido con otras artistas como Mariza. ¿Hay especial gusto por el fado allí?

-En realidad, creo que, como los holandeses no tienen una música tradicional, lo que hacen es adoptar la de otros. Pasó lo mismo con el flamenco, pero antes. El fado ha sido como el último descubrimiento de los holandeses [se ríe]. También fue en Ámsterdam la primera vez que tuve un micrófono y un escenario. No imaginaba en ese momento que un día podría ser cantante.

-Pero ahora tiene más de una quincena de discos a su espalda, que culminaban el año pasado con Branco . Lo del nombre propio, ¿es porque se siente especialmente ligada a él?

-De alguna forma sí. Branco habla de aquello que yo considero como mi "nuevo-normal", de cómo son las personas sin máscaras, sin las redes sociales? Porque siempre estamos intentando disfrazar.

-Suena a que le molesta esa dictadura de la apariencia que parece haberse instaurado.

-Creo que las personas piensan demasiado en sí mismas, y se están olvidando de los otros. Están mostrando algo que no es su verdadera personalidad, y eso provoca una gran soledad. Hay mucha tristeza y soledad en las personas que están todo el tiempo en Instagram y Facebook. En este disco, lo que quiero es que se acerquen a sí mismas y que miren hacia dentro, como hago yo en el disco.