David Grimal tenía una buena carrera como solista. Daba conciertos, ganaba dinero y vendía discos, pero los límites del circuito clásico le constreñían. "Necesitaba encontrar más humanidad en la música, porque es negocio", explica el francés, que rompió con lo establecido, y se embarcó en un nuevo camino que no todos vieron bien en el mundo de la clásica. Violín en mano, el intérprete reformuló los esquemas de las orquestas, y trabajó en una figura más "abierta" de director que puso en marcha en su formación Les Dissonances. Sus métodos innovadores los ha puesto también esta semana en práctica con la Sinfónica de Galicia, a la que liderará este viernes, día 22, en el Palacio de la Ópera con un concierto de Brahms y Beethoven a las 20.30 horas.

-¿Cómo se ha adaptado la orquesta a su idea de dirección?

-Es un trabajo muy interesante, aunque implica más esfuerzo. Con un director, solo tienen que seguirlo, tocar como él quiere. Conmigo es de otra manera. Yo no les pido que toquen como quiero, yo propongo perspectivas, y ellos tienen que encontrar su espacio. La responsabilidad es mucho mayor.

-Sobre todo con un programa como el que afrontan. La complejidad del Concierto para violín y orquesta de Brahms ha llevado a algunos a definir la pieza como "un concierto contra el violín".

-La parte de la orquesta es muy compleja, y la del violín también, pero es una pieza muy orgánica. Cuando los intérpretes tocan realmente la música, la obra no es contra el violín, sino con el violín.

-Un violín que usted lleva sujetando toda la vida...

-Sí. Para mí, el violín es el espacio donde me siento libre, el lugar donde puedo ser yo mismo por completo...

-Con él tuvo una exitosa carrera como solista, pero después decidió alejarse del modelo tradicional. ¿Nunca se arrepintió?

-No, porque mi vida ahora es muy interesante. Toco en todo el mundo, como yo quiero? Fue la mejor decisión, porque ahora puedo hacer lo que me gusta.

-¿Antes había más impedimentos?

-Sí. Porque el sistema es muy fuerte. Y, cuando quieres cambiar el sistema, el sistema te dice adiós. Así que, durante un tiempo, tuve que construir mi propio camino. Pero ahora estoy recogiendo los frutos de todo eso.

-Y de una nueva orquesta.

-Sí, Les Dissonances. Eso también es una historia complicada?

-Me contaba el año pasado que su orquesta se había encontrado con cierta resistencia, pero que a la gente más joven solía entusiasmarle. ¿Hace falta un relevo generacional en el circuito de la música?

-Sí, porque se trata de una manera de tocar más moderna. Las orquestas son como fábricas de hace 200 años, la música clásica es un mundo antiguo para gente mayor. Y la música debería ser para todos. Yo pienso que el futuro está en la colaboración. Por supuesto que tengo un liderazgo en mi modo de trabajar, pero lo uso de forma diferente. Les enseño a tocar como un círculo de amigos.

-¿Qué despertó en usted ese nuevo enfoque?

-Lo necesitaba. Lo necesitaba para encontrar más humanidad en la música, porque el mundo de la música es negocio.

-Pero eliminar ese factor es caer en el idealismo...

-No se trata de eliminar, sino de cambiar, aunque creo que no es posible cambiar nada. Pero sí lo es encontrar un camino para crear espacios diferentes. Y, cada vez que es posible, tienes que estar agradecido.

-¿Cree que su orquesta ha abierto una ventana de innovación en el sector musical?

-Es una pregunta difícil. Creo que probablemente moverá las líneas, pero es muy difícil saber si existirá otra persona, o incluso si Les Dissonances sobrevivirá. Cuando empiezas a tener una gran orquesta como esta, todo va sobre el dinero. Como yo no estoy haciendo ningún negocio, es complicado hacerla existir. Lo que tiene que quedar claro es que Les Dissonances no está en contra de los directores. Las orquestas los necesitan, pero esto está para ayudarlos a pensar otra vez sobre su relación con los músicos y para hacer que esa relación sea más constructiva. Y está funcionando, por ahora. Pero eso puede cambiar, porque es un experimento frágil.