Hablar con José Mota es hablar, inevitablemente, con parte de los personajes que ha creado a lo largo de su carrera. Están en la forma de hablar, escondidos en alguna expresión que de repente se abre camino, y se cuela para traer ecos de los cientos de políticos, famosos y personajes rurales que el cómico ha imitado en la pequeña pantalla. Desde sus tiempos en el dúo Cruz y Raya, con el que estuvo en televisión durante décadas, el artista se ha convertido en un meteorito incombustible del humor. Su idea de la comedia, sostenida en el frágil equilibrio del que critica sin caer en la ofensa, la someterá a análisis esta tarde en el Palacio de la Ópera con Dos tontos y yo (18.30 y 21.30 horas), un espectáculo de monólogos que protagoniza junto a Florentino Fernández y Santiago Segura.

- Analizar el sentido del humor hoy no es una cosa fácil.

-Lo que no es fácil en este momento es utilizar la herramienta del humor con la tranquilidad con la que se usaba hace veinte años. El humor hoy en día está transitando por pasillos cada vez más estrechos, secuestrado por el discurso de lo políticamente correcto. No es una buena noticia, porque al humor no hay que tenerle miedo. Una sociedad que abraza el humor es una sociedad más sana y más libre.

-Una cosa que sorprende del suyo es que no levanta ampollas. Y eso que se ha adentrado en temas peliagudos, como la moción de censura o el procés .

-Porque tan importante es lo que haces como la forma en la que lo haces. Aunque lo que estés contando sea crudo y agrio, luego hay maneras de decir las cosas.

-¿Ha encontrado ese equilibrio que tantos cómicos buscan?

-Yo creo que sí cuidé un poco la manera en la que debía de decir las cosas. Pero porque las personas ya tenemos bastantes cosas que nos separan. Yo siempre me acuerdo de Gila, que unió en un momento determinado a dos Españas absolutamente rotas. Cuando se escuchaba a Gila, nos sentíamos uno en el humor. Y eso es muy importante a tener en cuenta. Tenemos una herramienta maravillosa para construir, y no quiero que en mi caso sea otra cosa.

-¿Dónde situaría el fin de su cancha como humorista?

-El humor me permite contar y denunciar cosas, pero intento no faltarle al respeto a nadie, porque eso lo considero gratuito. Yo creo que a lo que sí tengo derecho como cómico es a juzgar un desempeño público de cualquier persona a la que en ese momento esté parodiando. Pero no tengo ningún derecho a meterme en su vida privada. A mí no me gustaría, y trato de ser coherente con lo que pienso.

-En su último especial de Nochevieja lo vimos inspirándose en el filme Relatos salvajes , ¿España es hoy una comedia negra?

-En parte sí, y en parte no. Estamos viviendo tiempos de mucha agitación a todos los niveles, pero también quiero pensar que tenemos un gran país. Yo estoy completamente convencido de que unos y otros nos entenderemos al final, y que de esto se saldrá.

-Entre todo lo que está ocurriendo, debe ser difícil escoger qué es y qué no carne de sketch .

-Yo creo que todo es carne de sketch [se ríe]. Hasta nosotros mismos. Yo, por ejemplo, me he sometido al roast, ese formato americano agresivo que me propusieron en Comedy Central. Lo primero que tenemos que hacer es reírnos de nosotros mismos, porque eso nos hace mejores personas, y más humanos. Y todo lo demás es skechable. El humor nos recuerda que casi nada es para tanto.

-¿Tendemos a sobredimensionar?

-Yo creo que sí, a todo le damos demasiada importancia. Claro, si entras al detalle, pues evidentemente hay cosas durísimas. Pero en lo que entendemos por rutina, a veces le damos importancia a cosas que no la tienen. Y el humor nos recuerda eso de carpe diem.

-El suyo ha sido su sostén en la vida profesional, ¿le ha salvado la comedia también en la personal?

-Sin duda. Y tengo que decir claramente que el humor para mí ha sido el burladero de mi vida. El toro, que es la vida, te agrede, y vas corriendo al burladero y te metes detrás. Es el parapeto donde yo me he sentido más seguro. Los cómicos estamos aquí probablemente de manera egoísta, porque en primer lugar nos sirve como terapia.

-¿Significa lo mismo hoy la comedia para usted que cuando nadie sabía quién era José Mota?

-En esencia, sí. Realmente la fama es una circunstancia, y te da cosas maravillosas y otras menos. Aunque, indudablemente, el resultado siempre arroja números positivos. Pero yo creo que siempre tuve claro quién era. Antes de ser conocido, era el que sigo siendo hoy. Y por eso doy gracias. Soy una persona francamente ilusionada, y espero no perder la ilusión nunca, porque es lo que me mueve después de tantos años.

-Hablando de años, no sé si sabe que este 2019 se cumplen 30 años de aquel debut televisivo de Cruz y Raya...

-¿30 este año? ¡Madre mía! ¡Que no tenía yo ni 30! ¡No llegaba a 23! Pero te diré algo que no sabes, que nuestra primera incursión en la televisión fue en la TVG. Salimos con Fidel Fernán, en un programa llamado Viva o domingo.

-¿Qué les trajo hasta tan lejos?

-Nosotros actuábamos en salas de fiesta en Madrid, estábamos en radio con José Antonio Plaza. Año 1986, atiende al tema. Nos acompañaban en el avión a Santiago de Compostela desde Madrid dos chicas que también venían a actuar a la TVG, y que a la postre resultaron ser Azúcar Moreno. Todo estaba por ocurrir. Por eso le guardo a Galicia un cariño especial, porque fue la cuna de nuestro comienzo artístico.

-Desde entonces, usted y Juan Muñoz formaron una pareja indivisible. ¿No sintió incertidumbre cuando se separaron?

-La sientes, pero te tienes que dejar llevar por lo emocional, que es lo que creo que hice bien. Yo sentí que ese camino ya estaba transitado, y me apetecía hacer otras cosas. Podría haber pensado- y, de hecho, lo hice-: "¿A dónde voy a competir yo solo, con lo que he sido en dúo?". El cerebro te dice: "Tienes las de perder". Pero si te apetece hacer algo, hazlo, y ya está.