Daniel Cassany (Vich, 1961) lleva más de veinte años dedicado al análisis de la comunicación escrita, sobre la que ha publicado obras como su conocido libro La cocina de la escritura. Su último trabajo, Laboratorio lector. Para entender la lectura, se sumerge en la otra cara de la moneda para explorar de forma práctica los distintos niveles a los que accede el lector ante un texto, al que propone 78 experimentos que explicará esta tarde en la Fundación Seoane (20.00 horas) dentro del ciclo Pensamentos urxentes.

- ¿No comprendemos lo que leemos?

-Eso se puede entender de dos maneras. Una, que no entiendo el contenido, y dos, que tengo una concepción equivocada de la práctica lectora. El libro hace referencia a la segunda. Mucha gente puede pensar todavía que es una operación similar a cuando abres un paquete, pero es una cosa mucho más compleja. En el mundo moderno, en el que la gente no puede presionar a otros con armas, las diferencias se dirimen con la manipulación y las fake news. Los textos de la vida real están llenos de datos que nos cuentan las verdades de una forma sesgada.

-¿Necesitamos una comprensión lectora más exigente para afrontar el nuevo panorama?

-Sin duda. Hoy es mucho más difícil leer porque hay muchos más textos y diversidad. Oralizar es muy sencillo, pero saber cuáles son los intereses del autor es fundamental.

-Habla de la intencionalidad del autor, ¿la del lector también juega un papel?

-Sí, claro. Los lectores leemos lo que nos interesa, nos quedamos solo con la gente que dice lo que nos gusta y eso determina nuestro punto de vista. Pero no necesariamente invalida. Cuando lees a un comentarista que opina lo contrario que tú, no tienes por qué rechazarlo. Puedes aceptar lo que dice o llegar a una conclusión.

-¿Cómo definiría al lector del siglo XXI?

-[Lo piensa] Es un lector mucho más apesadumbrado, con muchos más textos que tiempo disponible, bombardeado por correos electrónicos y noticias? Un lector complicado, que tiene que tener mucha más capacidad para saber lo que quiere leer. Es mucho más difícil leer hoy que hace 50 años.

-Muchos dicen que hoy se lee má que nunca, pero también peor.

-Que se lee más que nunca seguro, porque la cantidad de cosas que hoy hacemos leyendo y que antes hacíamos de otra manera es ingente. Leer peor supongo que sí, aunque no comparto esa visión negativa de que la gente hoy hace peor lo que hacía antes. Quizá leamos peor ahora porque somos más exigentes, y se pide mucho más.

-Somos más exigentes, pero también pecamos de ingenuos ante los bulos en la red?

-Ya. Pero las mentiras y la manipulación no son algo nuevo. Lo que puede serlo es que las tecnologías facilitan su propagación masiva, donde antes necesitabas un boca-oreja que avanzaba a un ritmo determinado. También antes la mentira tenía menos valor como procedimiento de manipulación. Pero ahora es increíble cómo los políticos pueden mentir de una forma tan alucinante. Y les da igual, porque entienden que la audiencia no lee determinados medios y que, en consecuencia, no se va a enterar de que han mentido.

-Dice en su libro que uno de los problemas está en la enseñanza. ¿Hay un mal enfoque de raíz?

-La escuela podría ayudar más. En vez de pedir al alumno que subraye las ideas principales y de presuponer que todo lo que dicen los textos es cierto, lo que podría hacer es trabajar con una lógica más periodística, de contrastar la información. Pero el tema de las fake news y la posverdad es más complejo...

-Y cada vez más relevante.

-Sí, porque los nuevos populismos han ganado en muchos países. La gente se pregunta cómo es posible que alguien pueda votar a un tipo que va a aplicar políticas contrarias a sus votantes. Pero es que hay un sesgo cognitivo que hace que te creas muchas cosas que no son ciertas solo porque son más coherentes con su punto de vista. También está el sesgo social, referido a que llevar la contraria a un grupo desgasta. Hay muchos motivos que explican que las personas hagan caso a ideas que son falsas.