Del foso a la batuta. Ese ha sido el viaje que ha hecho José Trigueros, primer percusionista de la Sinfónica de Galicia, que debutaba en 2008 en el Festival Mozart al frente de la formación que le ha visto crecer como músico. A punto de cumplir 20 años como parte de la orquesta coruñesa, el artista vuelve a dirigir a sus compañeros este viernes (20.30 h) y sábado (20.00 h) en el Palacio de la Ópera, donde ofrecerá un repertorio con piezas de Strauss y Rachmáninov junto al pianista Simon Trpceski.

Ha escogido un programa con muchos tintes literarios.

Sí. Hay una premisa que siempre me gusta buscar, que es que las obras tengan alguna conexión pero que, a la vez, haya contraste. Cuando estaba el año pasado pensando qué programa hacía, comencé eligiendo la obra de Strauss [ Las alegres travesuras de Till Eulenspiegel], un poema sinfónico basado en un personaje de la literatura alemana, Till. La isla de los muertos también nos cuenta algo, pero muy diferente. Mientras que Till es champán, la de Rachmáninov es una pieza muy oscura, que describe un cuadro que vio sobre el mito griego de Caronte. Creo que son dos obras que encajan muy bien, junto al Concierto para piano y orquesta nº 3 de Rachamáninov.

Formar parte de la Sinfónica, ¿facilita conducirla en conciertos como este?

[Lo piensa] Es gratificante, porque es muy buena orquesta. Saber que el resultado va a ser bueno facilita el trabajo del director. Por otro lado, hay mucha confianza, porque llevo casi veinte años trabajando con ellos. Me sé los nombres y la vida de todos. Es una situación extraña, pero tengo que decir que los compañeros lo tomaron con naturalidad.

¿Qué aprende uno en el foso que pueda aplicar luego desde el atril?

Se aprende todo. Yo tengo formación académica como director, pero el estar dentro de una orquesta tantos años al final es la mejor escuela. Cada año ves pasar a muchos directores, y qué funciona y qué no a la hora de ensayar. Yo creo que, con el tiempo, lo que he ido aprendiendo es a ser eficiente. Dima [Slobodeniouk] lo resume muy bien. Dice: "Tu trabajo es hacer que la orquesta toque junta".

Precisamente Slobodeniouk decía que la música contemporánea era una de las apuestas que quería hacer como director. ¿Es el hueco a rellenar por la OSG?

No creo que durante estos años la orquesta no haya hecho música contemporánea. Tal vez, el trabajo no está en programar más, sino en hacer divulgación. Acercar a la gente con qué oídos se debe escuchar. Creo que a veces al público le cabrea sentarse ahí y decir: "Es que no entiendo nada". Pero es que no hay nada que entender [se ríe]. Lo que tienes que hacer es disfrutar. Eso sí, yo creo que estaría bien hacer algunas charlas explicando el programa antes del concierto. La gente entraría con otra actitud.

¿Con cuál entró usted en la Sinfónica de Galicia?

Yo era muy jovencito. Cuando aprobé definitivamente la plaza tenía 22.

Debió de imponerle.

Sí, mucho [se ríe]. Lo tomas con muchísima ilusión, pero a la vez con muchísima responsabilidad. Y sobre todo cuando entras como primer percusionista, cuando no habías trabajado nunca en una orquesta. No tiene nada que ver con estar solo estudiando en un aula. De repente, ves lo que es la vida real.

A afrontarla le ayudaron muchos maestros, como Bruno Aprea y Patrick Davin. ¿Se ha beneficiado de esa diversidad de influencias?

Sí. De Patrick recuerdo que era más analítico. Y de Bruno, con el que hice por primera vez un curso de dirección, lo que tengo presente es el ánimo y la energía que me transmitió diciendo: "Tú tienes que hacer esto, no lo dejes".

¿Tenía dudas de dar el paso?

Sí. Bruno me animó, pero siempre he sido una persona con los pies en la tierra. Soy consciente de la enorme dificultad que conlleva este oficio. Ya no es solo hacerlo bien, es una carrera complicada en cuanto a conseguir oportunidades. Además, creo que todavía no he decidido dar el paso a la dirección, porque depende de las circunstancias. Cada vez tengo más trabajo, pero no el suficiente para dedicarme exclusivamente a eso. Si llego algún día a dejar la orquesta será porque esto sigue así?

¿Se decidiría por la dirección, entonces?

Probaría [risas]. Pero con red, supongo que pediría una excedencia. Pero siempre con los pies en el suelo, porque en esta profesión te puede cegar el que algo salga bien y que te aplaudan. Pero yo, cuando termino un concierto, soy más consciente de mis errores que de lo que ha ido bien, porque si no nunca consigues aprender. Aunque, al final, Dima es la persona que más me está ayudando. Cuando abro una partitura siempre pienso: ¿Qué haría él en este compás?" [se ríe].

Cuando llegó a la OSG estaba al frente Víctor Pablo Pérez, ¿en qué dirección va ahora la formación con Slobodeniouk?

Yo creo que los dos directores han trabajado en el momento ideal. La labor que Víctor Pablo ha hecho en esta orquesta es excepcional. Desde el principio, apostó por un proyecto de máxima calidad. Cuando se marchó, lo que necesitábamos justo ya no era un forjador de orquestas, sino alguien que nos diese un nuevo aire. A medida que Dima ha ido creciendo en su carrera, nosotros hemos ido creciendo con él.