Sentido del humor, responsabilidad y sentido común. Emma Ozores no duda al enumerar el trío de ases que dice haber heredado de su padre, Antonio Ozores, al que homenajea desde hace más de 10 años con El último que apague la luz. La obra, una comedia surrealista sobre el amor, el teatro y la inventiva, la representará esta tarde junto a Juan Anillo en el teatro Colón, donde actuará desde las 20.30 horas.

Lleva desde el 2007 con esta obra, ¿ El último que apague la luz es un éxito que nunca se acaba?

Exacto [se ríe]. Mientras venga gente y queden ciudades a las que ir, vamos a continuar. Es una función que tiene mucho humor, y muy moderno. Lo que escribía mi padre siempre está de actualidad, porque lo creado con ingenio y talento permanece vigente.

Esta fue la última obra que dirigió. Parece algo muy íntimo llevar sus palabras a escena.

Sí, me resulta entrañable. Viene su público a ver qué hizo él y qué hace la hija. Por eso siento que nos une una especie de cariño, el que le teníamos. Antes de salir a escena, siempre digo: "Va por ti, papá", porque recuerdo que escribió cada frase.

¿Era diferente el Antonio Ozores intérprete al padre?

[Risas] No era muy diferente. Yo siempre me estaba riendo, y mi padre decía: "¡Qué buen público tengo contigo!". Pero es que era muy gracioso, siempre te sorprendía. Era muy parecido, porque igual que con sus películas hacía feliz a la gente, en la vida normal también.

Decía su padre que el humor atrae la suerte.

Y es verdad. Cuando una está de buen humor, siempre estás entregando lo mejor, por eso siempre te llega lo mejor. Yo creo también que el humor atrae la suerte.

El último que apague la luz tiene mucho, pero también una vertiente crítica, ¿el humor tiene que ir parejo con la realidad social?

[Lo piensa] Pues sí, a veces sí. En esta obra se hablan de muchos aspectos de la sociedad, aunque desde el prisma de lo divertido. Está relacionado con cosas cotidianas?

Como el amor. Se habla de cómo fingimos para enamorar, ¿el amor siempre tiene un poco de mentira?

[Se ríe] A veces tiene mentira. En el primer sketch, uno está haciendo de todo para enamorar, el otro hace lo mismo y ninguno es sincero. Aquí está llevado al extremo, pero son cosas que suceden.

En el teatro, por lo que cuentan, también ocurre. ¿Sigue habiendo hoy trucos para despertar el aplauso?

Ahora ya no, pero enseñamos al público los trucos que tenían los actores de antes para que la gente aplaudiera. También contamos lo que era antes un pateo, cuando la gente golpeaba con los pies el suelo para demostrar su disconformidad. Pedimos al público que patee, y es tremendo. En aquella época se te pondrían los pelos de punta [se ríe].

Ese invitar al espectador a participar desde las tablas no es habitual. ¿Se le da suficiente cancha al público en el teatro de hoy?

Jugar como hacemos nosotros normalmente no se suele hacer. Por eso digo que esta es una obra diferente. Lo demás es otro tipo de función, más lineal? Bonito también, pero esto es más loco.

Pasar a un registro como este desde otros como La fierecilla domada de Shakespeare no debe resultar fácil...

Hay que cambiar el chip, saber lo que te toca. Cuando he hecho Shakespeare o Lope de Vega, tuve un texto precioso y es bonito poder hacerlo. Este es otro trabajo muy diferente. Aquí la gente tiene que utilizar mucho la imaginación, y para un actor eso es trabajar desde la verdad, sin ningún tipo de apoyo.

¿La interpretación se descansa demasiado en el atrezo?

Claro. Cuando tienes un montón de compañeros y un decorado que sube y baja, es como si no hiciera falta que tu trabajo aportase mucho más. Dices lo tuyo lo mejor posible, pero ya juegan muchas otras cosas. Aquí es como estar desnudos, hay que hablar desde el talento. Eso la gente lo valora mucho, pero con un texto así es muy fácil, porque mi padre sabía qué le gustaba a la gente.

Su padre empezó a escribir cuando se bajó de los escenarios, ¿usted también se plantea escribir sus propias obras como opción?

Sí. La verdad es que yo también estoy escribiendo. Siempre me ha gustado, pero nunca he tenido tiempo. Mi padre leyó algo mío y me dijo que tenía que seguir con ello, que lo hacía bien. Y ahora estoy empezando. Creo que con sentido común y sentido del humor se puede funcionar en todo.