La crisis económica, la catástrofe del Prestige y la relación con un mar que igual da de comer como sesga vidas. Todo queda recogido en Entre la ola y la roca, ópera prima del coruñés Manuel Lógar, que llega a las salas españolas después de recorrer festivales como el CineMed de Montpellier, el MônTiff de Alaska y el IndieCork de Irlanda. En A Coruña, el estreno tendrá lugar este viernes en los Cantones Cines, donde se verá en pantalla grande lo que significa ser un percebeiro en la actualidad. Grabado durante las faenas del periodo navideño, Lógar se adentra con su documental en la comunidad marinera de Muxía, con la que plantea un rural descuidado por las altas instituciones.

¿Qué sucede en ese punto entre la ola y la roca?

Muchas cosas. Yo intenté recrear del modo más realista posible a los percebeiros de A Costa da Morte, pero ahí me encontré también todo lo que está ocurriendo en el rural gallego y en nuestras costas, que es el abandono de lo artesano por lo industrial y lo que supone para el trabajo de muchas personas.

Este abandono del rural gallego se está tratando cada vez más desde el mundo del arte. ¿Ha calado la preocupación?

Sí. En todo el Novo Cinema Galego lo que se busca es una conexión con el rural, pero desde personas que, como yo, son chicos de ciudad. Yo apenas había ido a A Costa da Morte hasta que empecé la investigación del documental, y ahí me di cuenta de que había dos Galicias: la Galicia de ciudad, que se autoencierra en sí misma; y la rural, que tiene una fuerza cultural que, más allá de la frontera, queda diluida.

¿Qué llevó a un chico de ciudad, como dice, a Muxía?

Dos cosas. Primero, que estaba estudiando en Barcelona y por una vez quería hacer algo cerca de casa. Y segundo, que me apetecía que me aportase cosas nuevas. Yo la figura de los percebeiros la conocía de toda la vida, pero al mismo tiempo la desconocía también. Tenía esa curiosidad de investigar algo que me resulta tan ajeno y cercano.

El proyecto comenzó como un trabajo de fin de grado, pero está claro que se le fue de las manos?

[Risas] Un poquito sí. Empezó como un intento de cortometraje documental, pero la temática era tan difícil de explicar en 10 minutos... Me apeteció indagar más.

Enfrentarse a un proyecto de este calibre, ¿le ha descubierto nuevas aristas de la dirección?

Sí, muchísimas. No es lo mismo la ficción que el documental, y enfrentarte a un proyecto tan grande y económicamente limitado supone ser un poco cabezón y arriesgar mucho.

Para ser percebeiro hay que exponerse mucho también.

Sí. Yo creo que ellos son muy valientes por enfrentarse al mar cada día. Y no solo ellos, sino toda la gente de A Costa da Morte, que vive en un entorno tan bonito, pero también tan peligroso.

Esa relación polivalente del mar, como muerte y vida, es algo que toca de cerca a muchos gallegos?

Eso es lo que intentamos. Yo muestro esa idea de que en Galicia existe una cultura de la muerte. Los percebeiros saben que cualquier día pueden fallecer en su propio trabajo.

¿A qué problemas se enfrentan, más allá del propio peligro del mar?

La economía es de lo más complicado que sufren, pero también el abandono de las instituciones.

¿Hay dejadez gubernamental?

Hay una conciencia de Galicia como un lugar abandonado que está al final de Europa, y no se acaban de entender las dinámicas del trabajo artesano que tenemos. Esa idea provoca conflictos, porque hay medidas que se toman con intenciones medioambientales, pero que crean unas revoluciones muy complicadas que afectan, no solo a los percebeiros y a los pescadores, sino a todo el entorno.

En el filme retrata además las consecuencias del Prestige, ¿sigue pasando factura a día de hoy?

Sigue teniendo consecuencias en tanto que al final el culpable se queda diluido. El dinero que se dio a los percebeiros para sobrevivir durante los dos años siguientes de parón, sirvió para callarles la boca a nivel político. Pero, además, ese dinero les creó un modo de vida que, con un trabajo artesano, no pueden mantener. La crisis supuso una bajada más de su nivel económico, y no supieron cómo adaptarse a ese cambio, lo que provocó unos individualismos en el mundo de los percebeiros que hace que hoy necesiten coger más marisco del permitido para poder sobrevivir. Eso crea a la larga un problema, porque se puede esquilmar la costa.

La problemática la ha paseado por festivales de países como China, Italia o Buenos Aires. ¿Cómo se recibe en esos puntos una historia tan local como la que cuenta?

Pues me sorprendió mucho. Por ejemplo, en Montpellier, vino una chica a darnos las gracias porque se sentía muy reflejada por su pueblo, que era minero. Eso me hizo darme cuenta que es una historia muy de A Costa da Morte, pero que al final tiene mucho que ver con los trabajos manuales, y con cualquiera de esas labores olvidadas por las instituciones. En ese sentido, creo que mucha gente se sentirá identificada.