Aveces, obras con tres siglos de antigüedad, escritas por compositores no demasiado célebres, nos dejan maravillados. Tal es el caso del Laberinto Armónico, número 12 de los 24 Caprichos para violín solo, de Pietro Antonio Locatelli (1695-1794); la pieza, de dificultad extrema, nos fue ofrecida como bis por Gringolts, tras la nada fácil lectura del Concierto para violín, de Sibelius. El violinista ruso fue aclamado con toda justicia; es un magnífico intérprete y toca con un soberbio violín de Giuseppe Guarneri del Gesú (1742). En conjunto, la interpretación de la partitura concertante no estuvo a la altura habitual debido a ciertas deficiencias de balance sonoro atribuibles a una batuta que tiene tendencia a solicitar volúmenes desmesurados de la agrupación. Una lástima porque Schuldt, como demostró en la sinfonía de Shostakovich, cuida las entradas y los más mínimos detalles; pero, incluso en esta obra, la desmesura de sonoridad en ciertos pasajes deslució un tanto la versión. Una obra singular abrió el concierto: Carlo-Música para cuerdas y sampler. También es una suerte de laberinto armónico como resultado de la fusión de instrumentos convencionales (la sección de arcos) con cintas pregrabadas que incluyen voces humanas. La partitura suena bien y describe con cierto realismo el asesinato que perpetró el compositor Carlo Gesualdo en las personas de su esposa y del amante de esta. Hay momentos expectantes, tensión, angustia y hasta parecen escucharse gritos desesperados. Gran versión de la sección de arcos (muy reducida) y de la excelente pianista, Alicia González Permuy, que también participó activamente en la sinfonía.