Empapa el libro una sensación de desagrado. En él todo se pudre, se corrompe o se violenta, haciendo temblar los límites de lo civilizado, una etiqueta que pierde valor cuando lo que prima ya no es vivir, sino evitar morir de hambre o a manos de otro. En La hija de la española, Karina Sainz lo resume en una sola frase, que la vida es "salir a cazar y regresar vivo". Sus palabras se refieren a Venezuela, su país natal, que abandonó hace doce años para instalarse definitivamente en España.

Desde su capital, la escritora ha retratado el lugar del que se marchó y las reflexiones de una experiencia que, confiesa, ha repartido su identidad a ambos lados del Atlántico. La voz de esa pérdida es la que resuena y se retuerce en la novela, una historia que ha despertado interés en 22 países, y que presentará hoy (19.00 horas) en el Hotel Plaza dentro de Las tertulias literarias del Sky Bar.

¿Había más rabia o tristeza mientras escribía esta obra?

Había un poso personal, pero que yo siempre procuré que caminara hacia la belleza. Es una historia de supervivientes, de gente que siente que debe vivir, pero que se siente culpable por escapar.

Dice que con otras historias no arrancaba, ¿tenía que hablar de Venezuela, de las raíces?

Me parecía que, si podía contarlo, tenía que contar eso. Puede que haya escrito este libro porque tenía la madurez suficiente para hacerlo, o porque yo también soy hija de españoles que se fueron al Caribe y lo olvidaron todo. Quería contar cómo alguien que no puede elegir se vuelve loco por tratar de salir de un lugar que le oprime, que le castiga? Que le quita todo.

Su protagonista, Adelaida Falcón, pierde a su madre, fluidez económica, seguridad...

Y le invaden la casa, lo pierde todo. Las sociedades totalitarias pueden llegar a borrar a un individuo hasta quitarle sus recuerdos, su casa y su memoria. Esta novela procura contar al emigrante de la posguerra europea, representado en los españoles, y a los descendientes de esas personas que, en el siglo XXI, se vieron obligados a marcharse y no mirar atrás. Al final, sobrevivir no es una experiencia que puedas elegir y, ante los totalitarismos, intentas permanecer vivo.

¿Pero se puede vivir así? "Estar en la calle a las seis de la tarde era una forma estúpida de rifarse la existencia", dice en una parte del libro.

Sí. Yo te voy a ser sincera: Todo en esta novela es cierto, porque cuanto más real fuese, más cercano lo iba a sentir el lector. Es verdad que de pronto a las seis de la tarde, en una ciudad violenta, cuando la luz se va eres una presa mucho más fácil. América Latina está llena de violencia, y Venezuela especialmente. Yo nací en una sociedad donde que te maten es fácil y la sangre no es excepcional.

¿Ha tirado de recuerdos?

Ha sido una mezcla de muchas cosas. Pero tengo amigos y familiares que siempre están cuidándose de que no los maten. Lo único democrático que hay en Venezuela es la muerte y el hambre.

Eso lo deja patente desde las primeras páginas. ¿No le preocupa que el libro se quede para muchos en ese tinte político?

Es una novela política, pero no está politizada, no la he escrito para colocar un mensaje. De hecho, no hay un solo nombre político en ella. Venezuela aparece solo unas cuantas veces, y no encontrarás ni Chávez ni Maduro escrito en ningún renglón. Y eso es porque los poderosos ya han contado su historia, pero había que contar la de las víctimas. Además de esa culpa del superviviente, que no es ajena a los personajes en esta historia.

¿Usted sintió esa culpa cuando se marchó?

Todavía la siento [silencio prolongado]. Mira, el día que la novela se publicó [7 de marzo] hubo un apagón de 80 horas, tres días enteros sin luz en la ciudad en la que yo nací. Y lo encontraba tan injusto, que me resultaba terrible hablar de un libro cuando hay gente que no tiene luz.

Aun así, dice que se arrepiente de no haberse ido más joven.

Porque crecí en una sociedad que aspiraba al progreso, y que tenía todas las papeletas para él. Teníamos petróleo, era una nación joven? Pero eso a veces te hace ignorar otras realidades más complejas. Estaba muy volcada en sí misma, y justo por ese tema no vio la tragedia que iba a venir. En vuestro caso, yo siempre he admirado de España cómo se pudo construir una democracia tan exitosa con tantas adversidades.

Ahora que lleva más de una década anclada aquí, ¿se siente cerca o lejos de Venezuela?

Es complicado, porque yo nunca me fui de Venezuela. Pero, al mismo tiempo, venirme a España fue como redescubrir la historia de mi familia, porque mis abuelos eran exiliados republicanos. Por eso me siento un poco rota, como el libro. Y siento que Venezuela ya no me recuerda, que la Venezuela de la que me fui no se parece a la de hoy.

Los hay todavía que aseguran que Venezuela no está en un estado tan devastador?

El tema venezolano se ha utilizado muy políticamente, pero estaría bien intentar escuchar a las personas antes que a los portavoces. No sé cómo alguien puede decir que en Venezuela no pasa nada cuando hay gente que cruza la frontera hacia Colombia con una toalla, porque no tiene abrigo. De todos modos, las novelas no hacen gestas políticas ni van en campaña, solo intentan contar. Yo procuré que esta contara la voz de los más débiles.