Durante 40 años, Doroteo Arnáiz escribió un diario. No era un diario al uso, de esos en los que el propietario se aferra a la pluma para volcar sus experiencias, sino uno formado por grabados, en los que dejaba constancia del mundo en el que vivía. Desde aquel París de los 60, en el que se afanaba por hacer despegar su carrera como estudiante de Bellas Artes, Arnáiz observó los movimientos sociales de la época, que quedaron para siempre inmortalizados en una obra en la que también A Coruña dejó huella. La urbe, que el creador convirtió hace décadas en su hogar, ejerce desde la semana pasada también de casa de su producción artística, que expone hasta el 21 de abril en el Kiosco Alfonso bajo el título 128+100+16. Doroteo Arnáiz. Unha doazón.

La muestra reúne una selección de láminas que el grabador realizó entre los años 1960 y 2000, tanto en su estancia en Francia como en su etapa gallega. Se trata de obras que no solo ha querido exponer, sino también donar al Concello, al que entregó las más de 200 piezas para hacer sitio en una vivienda que, confiesa, está abarrotada de arte. "Todavía me quedan cosas en carpetas, pero tengo demasiados cuadros. Ocurre porque con el tiempo me he ido retirando del mercado, el mundo de las galerías lo tengo visto y mal visto", dice con humor Arnáiz.

Entre el paquete que cedió a la administración local, el artista entregó 128 estampas, y los Cien sonetos de amor de Pablo Neruda que ilustró en apoyo a los estudiantes chilenos exiliados que llegaban a París en los años 70. El creador también rebuscó entre el material que originó su Centro de Grabado Contemporáneo, del que recuperó una serie de planchas calcográficas no presentes en la exposición, y quiso rendir homenaje a la ciudad en la que le dio vida con un conjunto de maderas talladas con motivos gallegos.

Arnáiz asegura que ha sido ahora, en el proceso de selección y exhibición de las piezas, cuando se ha dado cuenta del cariz de retrato que ha acabado tomando todo el conjunto. "Los grabados de estos 40 años son como un diario, y lo he descubierto ahora. Al volver a verlo y releerlo, me sorprendí y me percaté de por qué tenía ciertas influencias", cuenta sobre su producción artística, en la que queda patente su evolución del sobrio blanco y negro a la explosión de color que experimentó en 1972. Fue entonces cuando la línea entre su pintura y su grabado se volvió difusa. Aunque comenzó con el pincel, el artista combinó ambas vertientes toda su vida, pintando por las noches en París y dedicando los días al taller de grabado que le ofrecía el centro de Bellas Artes.

Todavía estaba mordiendo la veintena, apenas los primeros años, cuando aterrizó en él. Tras sus estudios en la Escuela Nacional de Artes Gráficas de Madrid „que le llevó a ejercer durante un tiempo, casi sin quererlo, como fotoperiodista„ el artista hizo las maletas para cruzar a Francia, a donde llegó gracias a la compasión de un librero. "Hice una exposición en una librería, pero no vendí nada. Entonces el dueño me compró una pintura, para que pudiese hacerme con el billete a París", recuerda Arnáiz, que se metió de lleno en la vida francesa.

Las calles de la capital gala inspiraron muchos de aquellos primeros grabados, en los que volcó escenas cotidianas como familias y trabajadores que abandonaban sus fábricas con el fin de su turno. Las aglomeraciones del metro, en paradas como Concorde y Republique, fueron también protagonistas de esta etapa inicial, tras la que se fue adentrando en el detalle con sus bodegones en miniatura.

En el Kiosko Alfonso, el autor le dedica toda una pared a estos grabados que, asegura, solo pueden percibirse en su magnitud bajo la lupa de un cuentahílos. Las gafas de aumento, y otros instrumentos que expone en el recinto bajo el cristal de una vitrina, fueron fieles compañeros de Arnáiz durante sus años en activo, en los que la prensa acabó por convertirse en otro instrumento de trabajo. "Había paz, pero los desastres seguían sucediendo, como la Guerra de Vietnam o de Corea. Yo lo veía en los periódicos de chaval y algunos días me preguntaba: '¿Qué está pasando?", dice el creador.

Las noticias y reportajes le hicieron actualizar Los desastres de la guerra de Goya con Los desastres de la paz, en el que las críticas a la industria armamentística o al golpe de las drogas se entremezclan con movimientos como el ecologismo y el despertar de la mujer. "Antes del feminismo de hoy, yo ya estaba trabajando con él en Francia. Al final todo eso sale si te importa. Si no, te dedicas a la estética limpia", apunta Arnáiz, que ideó a partir de esa convicción a su famoso y reiterativo Hombre sentado. La figura se pasea por varias láminas de la muestra, llegando incluso a colarse en escenas inspiradas en pinturas de autores como Vermeer y Rembrandt. "Yo cada vez veía a más hombres sentados en las oficinas. A directores, a presidentes... Por eso lo creé", explica.

Aquellos años de siluetas masculinas y permutables fueron los últimos que el autor pasó en Francia. En los 80 regresó a Madrid y, siete años después„ amor coruñés de por medio„, se instaló en el barrio de Monte Alto, donde fundó el Centro de Grabado Contemporáneo en la calle Santo Tomás. Allí se hicieron, hasta el 95, exposiciones "con grabados de todo el mundo", mientras los suyos se iban llenando de aire Atlántico, percebes y nécoras. Hoy, todavía en Monte Alto, es la escultura lo que ocupa el tiempo de Arnáiz, que sigue haciendo de su casa un museo sin propósito de enmienda que valga.