Cuenta que en su casa no había libros, solo prospectos. Y que recuerda que llegase un recorte de periódico únicamente una vez. La prensa, y la literatura, no entraron en su hogar hasta que él mismo se decidió a llevarlas. No impidió aquello que Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948) se convirtiera en periodista, y más tarde en novelista y editor, un hombre cuya vida ha girado en órbita permanente alrededor de la cultura.

Compañeros de edición, y autores como Juan Cueto, Susan Sontag y Juan José Millás, fueron camaradas del camino que el autor transita desde entonces. Confiesa que le han dejado huella, ayudándole a construirse, y permitiéndole comprender mejor el mundo que le rodea. Para entenderlos mejor a ellos, e incluso al propio Cruz, nacía su última novela, Primeras personas. El libro, un retrato íntimo sobre su tiempo con los grandes de la literatura, lo presenta hoy en Afundación (20.00 horas), en un acto organizado por el Ateneo Republicano de Galicia.

Tiene ecos esta nueva novela de aquel Egos revueltos

Lo que he pretendido en este libro es adjudicarle el tono con el que vivo hoy la vida. Yo creo que ahora soy más compasivo, me parece que entiendo mejor los defectos humanos e, incluso con más rigor, lo que significan los egos revueltos. Creo que, sin ego, un escritor sería incapaz de crear nada. Incluso aquellos que dicen no tenerlo, son los que de manera más sensible necesitan que les acaricien.

Cuando se puso a escribir, ¿tenía a algún autor especialmente en mente?

A tres. A Günter Grass, a Caballero Bonald, y tenía claro que ahí tenían que estar mis maestros, entre ellos Emilio Lledó, que fue mi profesor. Esto es como un cajón de cerezas. Sacas una, y luego dices: "Hombre, este también". Por eso tengo cuadernos llenos de nombres propios, algunos de los cuales finalmente no salieron, pero cada uno de ellos tendría derecho a salir.

Susan Sontag, José Saramago? Algunos de los que retrata en esta obra ya no están entre nosotros. ¿Ha habido dolor en este ejercicio de traerlos de nuevo al presente?

Mucho. También de personas que, mientras yo iba escribiendo, sabía que durarían poco en nuestras vidas, como Juan Cueto. Él es para mí el retrato más emocionante de los que hice, porque le iba a ver con mucha frecuencia a la residencia donde estaba alojado. Ver cómo se apagaba? Ha sido imposible no darle entrada a la emoción en el perfil que le dedico.

El corte de sus retratos siempre es íntimo. ¿Chocará al lector la imagen de alguno de los autores que ofrece?

Yo lo que me temo es que el lector crea que he escrito este libro para ilustrarle acerca de todo lo que sé, cuando este es un libro sobre todo lo que siento. Lo que he contado no es la vida de otros, sino los sentimientos que me han dejado, y con el riesgo de contar también mi propia vida.

Acaba haciendo una fotografía del mundo de la cultura. Ese halo de glamour

Depende de cómo los trates. Yo los he visto en las circunstancias más complicadas. He llevado a casi todos mis autores al médico. Y cuando tienes tanta confianza como para hacer eso, obtienes de esas personas reacciones que no son fáciles de extraer en otras circunstancias. Llevé al dentista a John Berger, al fisioterapeuta a Rafael Azcona, a Susan Sontag la llevé a los médicos más diversos, porque era extremadamente fuerte pero hipocondríaca. Y he vivido con todos ellos circunstancias que fueron graves en sus vidas. Por ejemplo, con Günter Grass estuve una semana antes de su muerte, y estaba de buen humor, pero había en él ese halo que tienen las personas cuando, entre risas, se están despidiendo.

Al final, siempre se convertía en confidente

Sí. Yo creo que un editor es también un confidente.

También puede ser una lanzadera. A algunos escritores los conoció cuando todavía nadie sabía de ellos. Apunta aquí a Manuel Rivas, o Antonio Muñoz Molina

Para mí, el descubrimiento de la obra de Rivas viene después de conocerlo en persona. Era un muchacho miedoso y atrevido a la vez. Muñoz Molina era muy introvertido, un gran escritor solitario, y ahora le he entrevistado y de nuevo aparece como un hombre que tiene por dentro rastros de heridas de la vida, como Millás. Él es un hombre que todavía no ha contado lo que traspasa su alma.

Desde esas generaciones a las actuales, ¿cómo diría que se ha ido amoldando la literatura?

Ahora hay más facilidad para publicar, y jóvenes que consideran que el camino ya está hecho cuando tienen 30 años. Hay mayor descaro, pero, a mi juicio, no hay mejor literatura. Creo que ha terminado acomodándose a la urgencia de las redes y la publicación, y hay menos desgarro en los escritores.

En su libro hay bastante, y también cierta obsesión con la memoria. ¿Le asusta el olvido?

Yo creo que el olvido es lo que nos aguarda. Y lo que nos espera siempre se parece al abismo. Hace tiempo le preguntaron a William Boyd, el novelista, cuál sería su epitafio. Y él dijo: "Bienvenido, olvido".