Cuando Joaquín Achúcarro aterriza en una ciudad, lo primero que pregunta es dónde hay un piano. En A Coruña lo encontró en el Palacio de la Ópera, en cuya sala Mozart ensayó durante la mañana de ayer. Sobre el instrumento, al que echaba de vez en cuando un vistazo con ternura, había colocado un trozo de hoja. En ella estaban pulcramente escritos nombres como Japón, Canarias, California y Dallas, últimas paradas de una gira que Achúcarro mantiene desde hace más de 70 años.

El periplo del artista, ganador del Premio Nacional de Música y de la Medalla de Oro de Bellas Artes, comenzó a los 13 años, interpretando el Concierto para piano y orquesta nº 20 de Mozart. Bajo la dirección de James Conlon, y acompañado de la Sinfónica de Galicia, el pianista recuperará hoy (20.30 h.) y mañana (20.00 h.) en el Palacio de la Ópera la pieza con la que se inició, en un recital en el que sonará también la obertura de Lucio Silla y la Sinfonía nº12 de Shostakóvich.

"Bach habla al universo, Beethoven a la humanidad y Chopin, a cada uno de nosotros", ha dicho. ¿A qué le habla Mozart?

Yo creo que Mozart le habla a Dios. La cantidad de genio de ese hombre, que murió joven e hizo casi tanto como Bach? Es absolutamente inconcebible. Cuanto más lo estudio, más me asombra.

Fue precisamente con su Concierto para piano y orquesta con el que debutó a los 13 años.

Sí, fue lo primero que toqué en mi vida. Ese fue el día que dije: "Yo quiero ser pianista". Trabajé mucho el concierto, y salió decentemente. Y aquello me gustó. Pero, cuando uno tiene una vocación artística, el presupuesto es muy inferior al precio. Me decían: "Vas a tener que estudiar mucho". Pero no tenían ni idea de lo que he tenido que estudiar, trabajar y sufrir.

¿Ha tenido que sacrificar muchas cosas por el piano?

Mi amor por el mar y la montaña. El deporte lo he podido hacer, en pequeñas dosis, y quizá a eso se deba que esté todavía en una buena forma como para poder salir a un escenario.

Muchos no esperaban que subiera tan alto en él. En Bilbao le decían que no llegaría a nada.

Claro, pero en todas partes hay gente que dice que sí y gente que dice que no. ¿Usted se acuerda de El Cordobés, que llenaba las plazas y todos los que sabían de toros decían que no había derecho? Tú te metes en un tren, el tren empieza a andar y sigues. Aunque, hasta que gané el Concurso de Liverpool, estaba con la sensación de que estaba perdiendo un tren. Los pianistas de hoy desde niños han estado estudiando eso. Yo era un aficionado que quería ser pianista.

¿Tenía miedo?

Todo el mundo tiene miedo. El arte a fecha fija requiere una preparación muy intensa. Y, luego, salir a un escenario da miedo.

También le preocupaba la etiqueta de pianista español, ¿había prejuicios?

Los había, y yo hice una vez la estupidez de rechazar a la Filarmonía de Inglaterra porque querían que tocara Las noches en los jardines de España. Ahora me doy cuenta de que fue una tontería.

¿Hoy se enfrenta a las partituras de una manera distinta?

Me enfrento intentando desenterrar el significado profundo de la música. No simplemente tocar unas notas que están escritas, sino entender qué han querido decir.

¿Esa es la primera regla que enseña a sus alumnos en Dallas?

Les enseño que el presupuesto no es suficiente. Aunque ya lo saben, porque son gente avanzada.

Sorprende que cada vez haya más jóvenes que estudien música, pero cada vez menos que acudan a los conciertos de clásica.

Los que estudian clásica son los que intentan hacer carrera, a los otros les divierte mucho más un concierto de rock o de pop. La música clásica ha sido siempre un terreno minoritario. Nadie puede concebir que hoy se haga una serie de cuartetos de Beethoven en un estadio de fútbol, por ejemplo. La juventud ve más excitante un concierto pop que ir a pasar las angustias de Chopin.