¿Quiénes habríamos sido si nuestros padres no nos hubieran levantado la mano? ¿Si ese "cachete a tiempo", que muchos insisten en defender, no se hubiera cruzado en nuestro camino? De esa pregunta es de la que han partido los miembros de Os Náufragos Teatro para dar forma a su última pieza como compañía. Un texto firmado por los coruñeses Gustavo del Río e Ismael G. Candal, que tantean expectantes los márgenes invisibles y normalizados del castigo físico como método para educar a los menores.

Esta tarde, a las 20.30 horas, la obra tendrá su estreno absoluto en el Teatro Rosalía de Castro. Os Náufragos debuta con el relato en su tierra natal, la casa a la que regresaron hace poco, tras más de una década asentados como Sudhum Teatro en Madrid. Ya allí, con obras como Mosca, les asaltaban las cuestiones sobre la violencia que los niños pueden llegar a vivir en entornos escolares o familiares. La fuerza que los padres ejercen para reconducir el comportamiento de sus hijos ha sido el punto al que han querido acercar esta vez el foco, con el que tratan de arrojar luz sobre la necesidad de buscar herramientas que eliminen la violencia de la ecuación.

"Nos hemos metido en esa premisa de 'un tortazo a veces es necesario' y de 'si no lo hago, a ver cómo me sale'. Está totalmente normalizado, y creo que tenemos una gran tarea por delante para encontrar los recursos que eviten esa violencia", cuenta Del Río. El dramaturgo y director de la compañía explica que fue en un libro de cuentos donde encontró la expresión que resumía aquella idea a la perfección. Karelu es una palabra india que designa las marcas que la ropa deja en la piel, y que el artista escogió por su simbolismo para bautizar la obra. "Me pareció interesante, porque esa huella puede ser la que deja un calcetín en un tobillo, pero también la que un cinturón puede dejar en la espalda. Aquí todo parte de la historia de Martín, que le da un tortazo a su hijo, y empieza a revisar la historia de lo que en el pasado se hacía con los niños", dice el coruñés.

La vida familiar, los valores sociales y el maltrato infantil se entretejen a partir de entonces en una red espesa, en la que ni Del Río ni Candal han tejido solos. Para la creación de la pieza, la compañía organizó un encuentro con los estudiantes del Instituto María Casares de Oleiros, y les planteó cuestiones sobre el comportamiento que tendrían si fueran padres, y sobre el que sus progenitores han tenido con ellos. De los casi 25 alumnos que participaron en el proceso, apunta el director, "casi 20 reconocieron que sus padres les habían levantado la mano". Aquello fue más gasolina para lanzarse a escribir sobre la problemática, que tiene su mayor escollo en la normalidad que la rodea.

Dice Del Río que el castigo corporal como correctivo es un "tema invisible", encerrado dentro de la intimidad de la familia. "Parece que está bien pegar a un menor, pero no sucede lo mismo con tu pareja. Eso es porque tienes herramientas para evitar una cosa, pero no la otra", comenta el dramaturgo, que se sabe dentro de un "asunto tabú y susceptible". No es la primera vez que, desde el escenario, aborda cuestiones complicadas. Las enfermedades mentales y la migración han sido pilares de un teatro que luce siempre un toque contemporáneo, y con el que pretende generar "un cambio social".