"Es más fácil vivir solo en la oscuridad que arrastrar a otras personas contigo". Eso piensan los personajes de La rama que no existe, tres náufragos aislados en sus propias soledades, que acaban encontrando en el otro su orilla. Con su última novela„ que presentará este miércoles 22 de mayo en la UNED (18.30 h.) de la mano del Centro de Formación y Recursos de A Coruña„, Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) continúa dibujando interrogantes en torno a la muerte y el afecto. El universo herido del artista, y el propio sentido de la creación, que "no habla de lo que tenemos, sino de lo que nos falta", son otros dos pilares de este nuevo capítulo del Premio Nacional de Narrativa, que se traslada hasta Cantabria para narrar el romance entre una profesora de instituto, Claudia Serra, y Eduardo Blanchard, un pintor harto del pincel.

Siempre acaba hablando del amor desde el dolor

Porque yo creo que en el fondo son dos experiencias que van unidas en la vida. Son las dos grandes cuestiones que nos afectan como seres humanos, y que a la vez son irresolubles. No sabemos qué es la muerte, y tampoco sabemos lo que es el amor, que tiene la capacidad de dar sentido a la vida, como el arte. Más que hablar del sufrimiento, esta novela nos dice que todo el arte que merece la pena tiene que ver con el amor.

Planteaba en un artículo que hoy lo banalizamos ¿La modernidad nos ha hecho entrar en conflicto con el ideal romántico?

Yo creo que sí. Hoy se cuestiona por todos los sitios esta idea del amor romántico. Se le atribuyen todos los males que existen, pero yo no sé si estoy de acuerdo con eso. En el fondo, ese ideal no desaparece. ¿Por qué te siguen conmoviendo determinadas historias, con amantes que se entregan hasta el final? Todas esas obras artísticas que hablan de ese sentimiento tienen el poder de conmovernos, y si eso es así, será porque están nombrando alguna especie de verdad acerca de nosotros mismos y de lo que buscamos.

Su personaje, Eduardo Blanchard, deja de encontrarle sentido a la pintura, ¿a usted le ha sucedido con la literatura?

De momento no [se ríe]. Debo dar gracias al dios que me protege de ese sentimiento, porque es terrible. Él en un momento dice que ha dejado de pintar porque ha dejado de ver. No encuentra la manera de seguir pintando, porque el mundo no le dice nada.

¿De ahí es de donde surge para usted el arte, de la conversación?

El arte surge del miedo a que la vida no signifique nada. Pero yo creo que hay varias maneras de relacionarse con el mundo, y una de ellas es hablar con él. Eso es lo que hacen los niños, los amantes y los poetas. Ese hablar y ser contestado es en el fondo la vida. Vivimos en la medida en la que hablamos con las cosas, y en la que nos cuentan historias que merecen ser escuchadas.

Su protagonista es un sobrino de la pintora María Blanchard. ¿Por qué ha querido crear a este pariente imaginario?

Eso es difícil de saber. Yo en la zona de Cantabria paso por lo menos dos o tres meses al año, es un lugar muy querido y muy distinto de la Castilla profunda donde vivo. De allí es María Blanchard, una pintora de principios del siglo XX que a mí siempre me ha gustado muchísimo. Fue muy desgraciada, porque nació jorobada y eso condicionó fatalmente su vida. Pero siempre me interesó, y de pronto hizo surgir esta figura de un sobrino-nieto que tiene la misma vocación y también esa búsqueda del arte como un modo de enfrentarse al dolor y la carencia. Todo eso se fue uniendo, y de pronto me vi contando esta historia.

No sé si se ha dado cuenta de que, de tanto hablar de arte, el propio libro parece una pintura. Todo es luz, paisajes, pájaros de principio a fin?

El hecho de que el protagonista fuera un pintor ha hecho que lo visual haya recibido un protagonismo mayor. Pero creo que todas mis novelas son muy visuales. Y a lo mejor en eso tiene que ver mi afición al cine. Porque he visto mucho a lo largo de mi vida y, de alguna forma, para escribir una novela necesito verla.

¿Cómo?

Lo que hago al escribir es partir de imágenes. La pintura siempre ha estado muy presente en mi obra como inspiración de muchos de mis libros, aunque no los cite, y sin embargo esta vez quise rendirle un homenaje convirtiendo a uno de los personajes protagonistas en pintor. También es una forma de inventarme cuadros que no existen, y hacerme la ilusión de que, tal vez en algún lugar, puedan aparecer.

¿Por qué no pintarlos usted mismo?

Qué va. Me encanta la pintura, pero siempre he sido un negado absoluto [ríe]. Jamás he intentado pintar nada. Pero tengo muchos amigos pintores y siempre he sentido fascinación porque sea un arte que surge del silencio. Los que estamos acostumbrados a esta lucha diaria de las palabras, soñamos con un tipo de arte donde no fueran necesarias.

Valiéndose de ellas sí que ha hecho un retrato, el de la de las vivencias femeninas. Las mujeres pueblan su literatura hasta esta última novela

Si aparecen muchas mujeres en mis libros es porque hay una fascinación por ellas. Una necesidad constante de convocarlas, de escucharlas, de ver cómo hablan y desean. El espectáculo de verlas vivir es el espectáculo que más me llena, y el que más necesito contemplar.