Dice Víctor del Árbol (Barcelona, 1968) que siempre está persiguiendo a sus personajes, y que esa es la razón por la que sus libros han recorrido lugares como Siberia, Galicia o Malmö. En su última novela, Antes de los años terribles, el escritor se desplaza hasta Uganda para alcanzar a un niño soldado, Isaías Yoweri, una de las víctimas del líder del Ejército de Resistencia del Señor Joseph Kony, que tendrá que afrontar su pasado como adulto tras varios años en Barcelona. Sobre su historia, y los dramas reales que encierra, hablará esta tarde a las 20.00 h. en el Hotel Plaza, dentro del ciclo Cóctel de letras. Encuentros con escritores.

Esta historia nace en 2012, pero ha dejado pasar varios años. ¿Era de difícil digestión como escritor?

Sí, porque primero tenía que documentarme muy bien, y luego encontrar la manera de contarlo. Son relatos muy duros y no quería caer en la trampa de la sensiblería. Fue un proceso largo hasta que encontré la voz de Isaías Yoweri, pero esta historia necesitaba su tiempo para contarse bien.

¿Pondrá a prueba a sus lectores con ella?

Bueno, mis lectores ya saben que soy una persona que intenta meterse siempre en este tipo de situaciones que tienen mucho que ver con el lado oscuro de lo humano. De todas formas, es una historia que está escrita con muchas elipsis. La literatura siempre es una puerta para abrirte a otras realidades, y cada uno es el que tiene que decidir hasta dónde quiere llegar. Yo he intentado llegar hasta el corazón de las tinieblas.

¿Qué ha acabado significando Isaías Yoweri para usted?

Isaías Yoweri es el personaje más cercano que he sido capaz de crear. Es el que más se me parece. Ha acabado siendo el compendio de un montón de realidades que he concretado en esa voz, pero también un trabajo maravilloso de descubrimiento de mí mismo a través de los otros.

¿Y ha descubierto...?

Que es bueno guardar al niño que uno tiene dentro y mantenerlo vivo. Y que no podemos culparnos de las cosas que nos obligaron a hacer. Esa es una cosa que te ayuda a curar ciertas heridas.

Las de su protagonista son muy profundas. ¿Qué dice de nosotros que nos mantengamos impasibles ante esa clase de sufrimientos?

Dice que vivimos en una especie de burbuja donde nos cuesta mucho ver otras realidades. Muchas veces es nuestra indiferencia la que provoca que monstruos como Joseph Kony acaben siendo reales. Si para algo sirve la literatura, sin embargo, es para mostrar una realidad que sabemos que existe, pero que procuramos ignorar.

¿La de Europa es una solidaridad de postureo?

Lo que tenemos es una relación epidérmica con las realidades dolorosas . Nos escandalizamos, pero eso no provoca una reacción a largo plazo. Cuando escribes una historia como esta, y ves lo que pasa con estos chicos que llegan a nuestras fronteras, te das cuenta de que no somos conscientes de todo lo que hay detrás de esas vidas. Para nosotros es una noticia más, luego pasamos a otra cosa.

Esta novela, ¿se la ha planteado con una cierta ambición de marcar la diferencia?

Sí. Yo como escritor estoy seguro de que ha habido un antes y un después con esta novela. A nivel de compromiso personal con la realidad y con mi manera de entender mi oficio, está claro que he cambiado. He dejado de lado muchos artificios para centrarme en la historia, y creo sinceramente que es la primera vez que he desaparecido de una novela como escritor para convertirme en un personaje.

La obra recoge el testigo de la anterior, Por encima de la lluvia

Sí. Sobre todo, el reconocimiento del otro. Yo tengo el convencimiento de que muchos de los males que tenemos son simplemente una cuestión de miedo. El objetivo que me he marcado con mi literatura es intentar acercar realidades que en apariencia parecen muy distintas, pero que a la hora de la verdad no lo son.

Usted mismo es hijo de inmigrantes. Habla de una realidad que conoce

Claro. Mi padre es extremeño, mi madre es andaluza y yo nací en Barcelona, así que conozco lo que es convivir con dos mundos que a priori muchas veces se tratan de espaldas. Pero al mismo tiempo para mí es una ventaja, porque te permite ser de donde quieras. Al final, mi patria no está en ningún sitio, está en mis recuerdos y en las personas a las que quiero.

¿Y cómo lleva usted sus fantasmas? Sus personajes siempre están en conflicto con los suyos

Tengo que decir que, después de esta novela, los llevo muy bien. Sé que están ahí, sé que hay presencias de la infancia que siempre nos van a acompañar, pero escuchar todas esas luchas por convertirse en algo más que una víctima con este libro me ha ayudado a ponerme en paz conmigo mismo.

Su obra habla también de ponerse en paz con la historia nacional. ¿Por qué siempre da la sensación de que acaba hablando de aquí desde otros lugares?

Porque nosotros tenemos nuestras cicatrices. Uno piensa: "Eso es en África, está muy lejos", pero no, nosotros también tenemos nuestras heridas, y tenemos que hacer un ejercicio de enfrentarnos a la realidad desde el diálogo. Yo creo que nos falta hablar de nuestro pasado sin miedo, y con verdadero espíritu de reconciliación. Ese esfuerzo que se está haciendo en países como Uganda aquí nunca lo hemos hecho.