La primera vez que uno siente miedo. La primera vez que percibe el amor, no entendiéndolo por completo, pero sí sospechándolo, mirándolo de reojo mientras escucha cómo la sangre ruge con fuerza en las venas. La primera vez que la violencia llama a la puerta, o que lo hace el sexo. Con Malaherba, la nueva novela de ficción que presentará este miércoles 29 de mayo en la Fundación Seoane (19.30 horas), el periodista Manuel Jabois (Sanxenxo, 1978) se adentra en el territorio de todos esos desconocidos que al final dejan de serlo, los de la infancia y su inocencia, a través de la relación de dos niños que avanzan hacia la edad adulta rodeados de culpa y presentimientos.

¿Cómo se siente con el Manuel Jabois novelista?

Bien. Mi sentimiento es bueno porque me he divertido mucho escribiendo esta novela. La verdad es que no he sentido mucho el cambio a la hora de utilizar herramientas parecidas a las del periodismo. Es decir, tratar de escribir sencillo, de atrapar al lector, de contarle cosas...

Dice que es gracias a sus padres que esto sea una novela y no un reportaje

Sí. Los protagonistas tienen un recorrido biográfico parecido al de mis padres en el sentido de que la acción transcurre en las Rías Baixas, en una época en la que muchísima gente se enganchó a la droga. Mis padres se blindaron ante eso. Si hubiesen caído como tanta gente a su alrededor, para hacer este libro yo hubiera tenido simplemente que basarme en recuerdos, pero afortunadamente, he tenido que imaginármelo.

La drogadicción pasea por el libro, pero lo hace de incógnito

Todo pasea de incógnito en la novela. Porque la mirada es la de un niño, y un niño muchas veces tarda en darse cuenta de las cosas. Y cuando se da cuenta, a lo mejor ni siquiera las nombra. Ese es un rasgo muy propio de la infancia: intuir las cosas, pero no conocerlas en profundidad porque todavía no te han hablado de ellas.

¿Al final la infancia está llena de censuras?

Sí. Quizá el recuerdo más vivo que yo tengo de la infancia es ese momento de desconocimiento general, en el que te intentan enseñar la vida con eufemismos y te están mintiendo continuamente. Uno tiene que saber las cosas por sí mismo y, cuando las sabe, muchas veces tiene fingir que no las sabe. En asuntos relacionados con la enfermedad, la muerte, el sexo... Yo creo que, por vergüenza, nadie habla.

Su libro se ambienta a comienzos de los 90. ¿Ese pudor sigue acosándonos hoy?

Yo creo que es algo que está muy incrustado en nosotros cuando crecemos. Es verdad que hoy el niño tiene acceso a mucha más información, pero me parece que ese pudor sigue existiendo. Al menos lo percibo, porque tengo un hijo, y veo que hay asuntos universales que están clasificados siempre en el ser humano y que tienen mucho que ver con el aprendizaje en torno a cosas como la amistad o el amor.

Precisamente retrata aquí esa primera comprensión del amor, ¿usted ya lo entiende?

¿Yo? [risas] No sé. Yo creo que hay cosas que si las sabes del todo pierden un poco su encanto. No tengo ni idea de cuál es la mecánica del amor, y mi protagonista tampoco, pero a una edad muy temprana empieza a percibir algo parecido. Lo importantes es saber que existe algo.

Suele hablar con nostalgia de descubrimientos como ese primer amor. ¿No cae la literatura muchas veces en el error de idealizar la infancia?

Probablemente. Pero yo no creo que se idealice la infancia, lo que se idealiza es todo lo vivido. Evidentemente, todo echamos de menos a personas que ya no están y ambiciones que poco a poco se han ido diluyendo, pero, como sociedad, creo que hay mucha diferencia entre un tiempo y otro, y que casi siempre es a mejor. Y no creo que las infancias fueran tan felices como las recordamos. Yo vivía como muchos amigos, siempre angustiado por cualquier conflicto, suspenso, o porque el malo te quería pegar...

¿Era uno de esos adolescentes agobiados?

Cada día era como el final del mundo, dentro de una atmósfera más o menos feliz. Por lo menos en mi caso, que tuve una infancia aburridísima. Te quedas con los buenos recuerdos, pero creo que la literatura tampoco debería caer en eso, porque sería caer en una falsedad.

¿De qué modo le marcó a usted la niñez?

Leía mucho más que ahora. Y recuerdo que jugaba mucho solo, y por lo tanto hablaba mucho con personajes dentro de mi cabeza. Creo que fomenté la imaginación. De entonces me quedó también la tendencia de buscar muchas veces la soledad, porque no es estar solo con uno, sino con muchísimas cosas que piensas.

Ahora, ya en los 40, ¿uno se siente de vuelta de todo?

No, qué va. Ya tengo ganas, pero es demasiado pronto. Tengo amigos que tienen 70 años y no veas la libertad para ponerse el mundo por montera. Ya no tienes tantas responsabilidades.

¿Tampoco tantas inseguridades?

Supongo que sí. Pero las inseguridades ayudan muchísimo, sobre todo a no ser un gilipollas. A mí eso me ha ayudado mucho a tener los pies en el suelo. Es verdad que quizá no he disfrutado las grandes noticias como debiera, pero porque he tenido siempre la certeza de que es la suerte, y que en cualquier momento una catástrofe te llevará de nuevo a la casilla de salida.