Si Dulce Pontes tuviese que defender algo, eso sería la libertad de seguir la "propia brújula" y de "hacer siempre cosas nuevas" a pesar de todas las presiones. Lo tiene claro porque, en sus 30 años de carrera, la cantante ha tenido muchas. Fue tras Lágrimas, aquel disco del 93 en el que subía al podio el fado, cuando empezó a rondarle con insistencia la etiqueta de fadista, de la que todavía hoy, reconoce, sigue sin desprenderse. En la celebración de su XXX aniversario en la música, que celebra este sábado 8 de junio en el Palacio de la Ópera (21.00 horas) con su espectáculo Peregrinaçao, la portuguesa se reafirma en hacer oídos sordos a los que insisten en mantenerla en el pasado, y se prepara para la mezcla de jazz, blues y folclore que le aguarda en su próximo proyecto.

¿Qué pone uno en la balanza cuando llega a los 30 años de carrera?

Qué ha hecho y qué te falta hacer. Claro que lo que me falta por hacer pesa más [risas]. Ahora estoy empezando un proyecto con Daniel Casares, y estoy muy ilusionada de ir por ese camino. Algunos temas nuevos los voy a incluir en el concierto de A Coruña.

Parece que le persigue la inspiración

No ha sido un caudal constante. Hay momentos en los que uno para creativamente, y a mí eso me hace sufrir mucho. La primera vez que me sucedió, me quedé muy preocupada. Pero gracias a Dios no dura mucho, y me he habituado a llevarlos con calma.

En su último álbum, Peregrinaçao

Sí. Yo soy una persona solitaria por naturaleza, siempre lo he sido. Tengo hijos y un marido, pero mis recorridos interiores siempre los hago sola. Creo que le sucede lo mismo a mucha gente, es una cuestión de naturaleza. Se nace solo y se muere solo.

Nos está quedando la entrevista algo oscura...

No, ¡que no me voy a morir nunca! (risas). 50 años más, por favor. Por lo menos 15 más cantando y luego a enseñar, a tener mi huertita y tiempo para escribir, que me gusta mucho.

¿Son sus puertos de abrigo?

Mis refugios son lugares, personas, momentos... A veces es algo muy simple, como mirar por la ventana y ver a una gaviota. En ese vuelo, me hago un puerto de abrigo. Es como mirar la vida desde el punto de vista de un niño. Con el paso del tiempo, suceden tantas cosas que uno tiende a perderlo, pero yo lo quiero conservar.

Confesaba hace poco que en Portugal nadie la había llamado por su aniversario, ¿no es profeta en su tierra?

No sé. Se está viviendo un momento un poco raro. De vez en cuando canto en Portugal y el público me recibe bien, pero no tengo una multinacional. Nunca viví de hacer llamaditas o de ir a fiestitas. Las personas son libres de elegir su camino, pero el mío nunca ha sido ese. Ha sido estar enfocada en mi música y en mi familia.

¿El marketing pesa más que el talento?

Sí, la gente se deja influir mucho por el marketing. Y en Portugal pocas veces se escucha algo mío en la radio, y pocas veces voy a la tele... Mi carrera se abrió hacia fuera de Portugal, no hacia dentro. Pero no hago drama de eso. Mientras tenga salud y trabajo... Para mí está bien así.

En esos inicios usted era una rareza tanto en el interior como en el exterior de Portugal. ¿No se cansaba de no encajar?

En su momento sí. Cuando alguien me decía: "Ay, no sabemos dónde ponerte". Yo pensaba: "¡No me pongan en ningún lado!" [risas]. Pero luego pasó esa sensación. No hay que obsesionarse con lo que alguien haya dicho, porque si no uno vuela según lo que le conviene a una discográfica o incluso al público. Por ejemplo, sé que al de Portugal le gustaría escuchar a la Dulce de hace 20 años. Pero no puede ser [ríe], porque no voy a seguir haciendo lo mismo.

¿El fallo es seguir el ritmo que marcan otros?

El fallo para mí sería no respetar mi camino. Hay gente a la que puede que no le guste, pero el fallo sería quedarme en esa cajita confortable, llena de un montón de temas de mi repertorio y de Amália [Rodrigues]. La gente sigue con esa manía de llamarme fadista, pero no lo soy.

¿Todavía le dicen eso?

Sí, siguen diciendo que soy la reina, pero la reina ha sido Amália y punto. Claro que me gusta cantar fado, pero los que conocen mi trayectoria saben que nunca me quedé dentro de un género. Me gusta cantar fado, blues, música clásica... Y mis propios temas, aunque de algunos me aburro.

Algunos han sido fados, ¿de dónde le venía ese apego, en un momento en el que la tendencia de los jóvenes era la de distanciarse de él?

Me venía desde pequeña, desde que escuché a Amália por primera vez. Yo tenía a un tío que cantaba fado y a mí me gustaba, y también oía a Fernando Maurício. Tampoco es que soñara con que un día fuera a ser cantante, yo quería bailarina. Pero mi formación ha sido en el piano clásico, y esa influencia en el tema de la composición musical se nota mucho.

Me hablaba al principio de sus nuevos proyectos. ¿Qué le atrae hoy en esas propuestas?

La libertad [se ríe]. Es algo que pensaba hacer hace mucho tiempo y Daniel [Casares] también, incluso antes de conocernos. El proyecto es la libertad porque pasamos de temas originales a cosas locas, del jazz, al blues, y también a algo de fado. La verdad es que me encanta, es música en estado puro.