El arte no entiende de fronteras, ni aunque sean kilómetros de agua salada. Ni aunque sea todo un océano, como el que separa Galicia y Cuba, y que ha sido testigo de la diáspora durante años. Especialmente a lo largo del siglo XX, la migración forjó una relación histórica entre ambos territorios, que traspasó los límites económicos y laborales, y llegó hasta la pintura. La plástica de vanguardia se convirtió en ambas orillas en una suerte de espejo de la otra, y generó una zona de confluencia estética sobre la que la galería José Lorenzo-La Marina reflexiona estos días en su última exposición.

A través de una treintena de piezas, la muestra serpentea por el lenguaje común que compartieron figuras de referencia, como Castelao, Colmeiro, Segura y Soriano. Son artistas que coincidieron en los años previos a la guerra, cuando los cambios que estaban por venir se adivinaban como un zumbido sobre el lienzo, de la mano de propuestas estéticas mucho más cotidianas en cuanto a formas y representación. La exhibición de La Marina parte del momento previo a aquellas innovaciones, con una obra de Bello Piñeiro que ofrece el marco de la época. Su "álter ego cubano", Acevedo Iglesias, le acompaña como punto de partida del recorrido, que incluye obras desde 1917 hasta la década de los 90.

En Dos mundos, una vanguardia, todas las piezas se exhiben en parejas. La galería ha atendido al formarlas a la cronología, pero también a la existencia de una "coherencia estética" entre ellas, que el director del centro, David Ferreras, atribuye sobre todo a la migración. Durante la primera mitad del siglo XX, los artistas "viajaban constantemente a la isla". "Pintores como Laxeiro o Francisco Miguel estuvieron en Cuba, y allí son conocidos todavía. Hubo muchos intercambios formales", asegura el galerista, que reconoce también "diferencias" en sus creaciones.

La plástica gallega apostó por el regionalismo, con "figuras hieráticas y monumentales", y la cubana por el cromatismo y la "luz" del Caribe. Con los ingredientes sus autores crearon los retratos, bodegones y paisajes que pueden verse hasta finales de julio en la muestra, y que cuentan para Ferreras con unos protagonistas claros.

En el "núcleo duro" de los representantes gallegos, el director destaca el retrato de una feria de Colmeiro, dos obras de Seoane de los años 50, y un óleo sobre lienzo de Maside, un bien "escaso". Entre las firmas cubanas, Víctor Manuel, Portocarrero, Fabelo y Amelia Peláez les dan la réplica al otro lado del Atlántico, con paisajes de palmeras que contrastan con el granito que se encuentra en la otra orilla.

Cuenta el director del espacio que una de las mayores dificultades fue, precisamente, hacerse con el arte isleño. "Se trata de pintores consagrados, pero aquí todavía no están muy presentes, es un arte más desconocido", explica Ferreras. Para salvar el escollo, y dar vida a "algo muy especial", el centro se sirvió de su contacto con "coleccionistas europeos" y "del arte de vanguardia" en la que está especializada. Con la exposición, la galería celebra su segundo aniversario en A Coruña, a donde se ha expandido tras más de veinte años asentada en Santiago de Compostela.

Un hogar en la Marina

El centro cumplió a finales de mayo dos ciclos en la ciudad, de los que hace "un balance muy positivo", con un total de 20 exposiciones ofertadas. Desde el espacio aseguran que su aterrizaje en A Coruña supuso llenar "un nicho que no estaba cubierto", relacionado con "una venta de arte más lenta y basada en la documentación" de las obras exhibidas.

Como otras galerías por estas fechas, la de la Marina prepara para agosto una muestra colectiva, en la que volverá a centrarse en los autores gallegos. Planea también "una sorpresa escultórica" que llegará de la mano de "un artista internacional", cuyo nombre, dicen, "no puede desvelarse todavía".