Se definía en los 80 como un acupuntor, alguien que pincha con la comedia, pero sin hacer sangre. Hoy, a los 70 años, sigue en la misma línea. En un intento por alejarse de la política, en la que no encuentra ya "valores", Moncho Borrajo pone en el centro de la diana asuntos cotidianos. Los anuncios, "o la manía de hablar inglés de aquellos que no saben" protagonizan el nuevo, espectáculo del ourensano, A pelo, que estrenará este viernes y sábado en Afundación (20.00 horas) con nuevo pase en agosto los días 16 y 17.

Llama a este espectáculo A pelo

Sí. Yo parto de la base de que una de las cosas que deben hacerse a pelo es decir la verdad. Y otra cosa no, pero el Borrajo o día que morra un vai descansar... [risas].

¿Ha sido igual de libre en la vida que en escena?

Lo he intentado. Pero sí es verdad que me he callado más de lo que he dicho. Al principio me enfadaba, porque no entendía la represión. Ahora, como ya forma parte de nuestra vida... Yo después de lo políticamente correcto, creo que más censura no puede haber.

¿La comedia sin ataduras ya no se estila?

Uno ve que ciertos compañeros del humor no se meten en determinados temas porque, si no, no trabajan en la televisión. Decir las verdades siempre trae consigo saber que no vas a salir en el telediario. Pero hay un momento en la vida en el que te das cuenta de que, todo lo que crees que te va a cerrar puertas, también hace que andes muy a gusto por la calle. Vas ganando algo que muchos pierden, que es el respeto de la gente.

Hace unos meses se tomaba un respiro de la crítica política, ¿el público prefiere al Moncho Borrajo más íntimo o al peleón?

A la gente le gusta más el peleón. Pero es cierto que la política la voy quitando cada vez más. Primero, porque los políticos no tienen sentido del humor, y eso es tristísimo. Yo recuerdo ver a [Santiago] Carrillo y a [Manuel] Fraga descojonándose conmigo, y yo metiéndome con ellos. Ahora hemos llegado a un punto que a mí me preocupa, que es que la gente se cree que insultar es hacer humor, y no lo es. El humor viene de la capacidad del humorista de pinchar sin insultar.

¿A usted no le ha desgastado crear tanta polémica?

Yo creo que he sido una persona valiente con la crítica. Pero en todos esos espectáculos, también había unos toques de ternura que conseguían que la gente se emocionara. Yo recuerdo que Santiago Carrillo me dijo un día: "Si no terminaras tus espectáculos con esos toques, sería un mitin" [risas].

Así que político... En los 80 también le llamaban intelectual

Me llamaron de todo [ríe]. Últimamente, como razono, soy facha. Yo empecé a llevar bigote porque me partieron el labio los grises de un porrazo. Y digo: "¿Para qué habré corrido tanto?" [risas]. Yo no estoy de acuerdo con los dictadores de derechas, pero tampoco con Lenin.

¿Con qué color político le ha ido mejor?

Si soy sincero, los que menos aguantan las críticas son las izquierdas. La más radical sí la admite, porque se cree que eres fascista. Pero el PSOE se toma muy mal las críticas. El PP se lo toma mejor, porque está acostumbrado a sufrir [risas]. Conmigo la derecha ha sido más tolerante, eso lo tengo que reconocer, pero le advierto que, en estos últimos años, la política es muy intransigente. Yo creo que el político es un empleado del país, pero lo estamos tratando como a un actor de Hollywood. Y se lo ha creído.

A usted se le nota muy descreído, ¿no tiene hoy fe en nada?

Yo solo tengo fe en los niños y en los ancianos. En los niños porque dicen la verdad a la cara, y en los ancianos porque son los auténticos pasotas. No es que esté descreído, es que no veo valores dentro de la política. Su forma piramidal me parece muy peligrosa. Esas listas cerradas obligan al mamoneo.