En buena compañía, con Xosé Miguélez, Alfonso Calvo y Lar Legido. Así cierra Valentín Caamaño el festival +QueJazz, al que pondrá el broche mañana en el Garufa Club con un concierto a las 22.30 horas. El guitarrista, que se enamoró del estilo al ritmo de Jim Hall, deja las versiones a un lado para incluir sus propios temas en The Blind Wrestler, su último trabajo, en el que retrata la vida del jazzista y las luchas que mantiene ante un público que todavía desconoce el género.

Comenzó versionando a las grandes, pero cada vez se atreve a hacer música más personal.

Sí. Ha sido por una circunstancia vital más que por otra cosa. Realmente estas composiciones ya tienen bastante tiempo, pero tocamos esas versiones y decidí grabarlas. Después me puse a estudiar a Grant Green, y me dejé llevar por la inercia. Ahora, por fin a la tercera, he hecho un disco con estas canciones.

En conjunto, la sensación que transmiten es de incertidumbre.

Me gustó jugar con la temática de la filosofía oriental, y entroncarlo con lo que es la vida diaria del músico, sobre todo en Galicia. El tema de The Blind Wrestler habla de decisiones que a veces tomas un poco a ciegas. Como no existe un mercado extenso del jazz, ocurre que no ves a dónde te van a llevar.

¿La vida del jazzista es una lucha?

Es una lucha contra situaciones que no son fáciles. No tienes la claridad que puedes tener en otros estilos, donde sí que ves a un público más claro y una red de salas.

¿Por qué le cuesta tanto al género romper la barrera con las masas?

Cuesta por un tema de educación, sobre todo auditiva, del público. El jazz no es tradición en nuestro país, y parece que a la gente hay que explicarle lo que está pasando. En Estados Unidos, empiezas a tocar y el espectador asiente como diciendo: "Ya sé lo que estás haciendo". Aquí no, porque hay una falta de costumbre.

El jazz clásico que usted cultiva, ¿es una apuesta más segura ante ese desconocimiento?

Realmente la apuesta más segura no suele ser el jazz clásico, sino el jazz mezclado con otros estilos, como puede ser el rock o el flamenco. El jazz fusión hoy en día es lo que está predominando, y lo que se mueve más a nivel comercial.

El The Blind Wrestler también asume algún sonido flamenco... ¿Se ha subido a la ola?

Sí que tenemos un guiño al flamenco en 6.26 a.m., pero no fue pensado por mí. Cuando toqué ese tema, el batería [Lar Legido] se puso a tocar un ritmo, y yo no era ni consciente de que lo que estaba haciendo era unos tangos. Le quedaron de maravilla, y se grabaron.

La canción remite a la nocturnidad. ¿Es de esos a los que desvela la inspiración?

Absolutamente. Hay unas horas ahí, de las 00.00 a las 03.00, en las que de repente me vuelve toda la energía a la mente. Pero el tema de levantarme y escribir lo que escucho en mi cabeza me ha pasado mil veces, y son momentos mágicos. Si no tengo esto, no sé qué sería de mí, porque no veo otra forma de expresarme como persona. He conocido otros trabajos, pero sin las canciones me costaría muchísimo entender la vida.

A las de jazz llegó tarde, ¿ha ido arrastrando esa entrada?

No, pero sí que desearía haber tenido más cerca esta música cuando era un chaval, lo mismo que tuve el rock and roll. Empecé a los 12 o 13 años a escucharlo y ya lo quise tocar. Pero no cayeron en mis manos discos de jazz. No sé si eso me ayudaría a ser mejor músico, pero sí a lo mejor a estar en otra situación musical en el género.

¿Sobre qué pone hoy en él su foco creativo?

Sobre todo, en el sonido, la intención... Creo que aquí entendemos muchas veces mal las cosas. Concebimos el jazz como un estilo muy suave, y no es así. En Estados Unidos, tiene una intensidad sonora bestial. Toco ahí habitualmente, conozco la escena, y me traigo esa contundencia para reflejarla en próximos trabajos.