Cuando cumplió quince años, Vari Caramés sostuvo entre las manos la primera cámara que podía llamar suya. Se trataba de una Voiglander, un demonio manual al que tuvo que "cogerle el truco", y con la que solía perderse entre aperturas de diafragma. Aquel regalo de su padre, del que heredó la vena creativa, le acompañó en un sinfín de tardes quemadas tras el objetivo. "Me pasé meses dando palos de ciego, pero fue un ejercicio bárbaro del que aprendí mucho. Y me enamoré de la fotografía", cuenta el artista, que guarda aquellos primeros experimentos en un cajón dulce de la memoria.

Para el ferrolano, afincado en A Coruña, el pasado ha tenido siempre un peso especial. En sus imágenes no cuesta encontrar el "denominador común" de la "melancolía", ese que define como la "óptica" de su trayectoria, y que adquiere nuevas dimensiones en Lugares. La serie, expuesta hasta el 27 de octubre en la Fundación Luis Seoane, bebe directamente del recuerdo. Los viajes realizados con sus amigos son los protagonistas de la colección de instantáneas, con la que rinde también homenaje a su esposa Ángeles, recientemente fallecida.

Los enclaves que visitó con ella, y esos compañeros a los que siempre convoca en las escapadas„ porque, reconoce, nunca aprendió a conducir„ se desperezan con "complicidad" en una treintena de "momentos mágicos". Entre ellos hay ferias, cascadas, carreteras y peces de colores, todos retratados de forma borrosa para ilustrar la imprecisión propia de la memoria. El plan de Caramés, lo tiene claro, es inmortalizarla, "parar el tiempo". "Los fotógrafos siempre tratamos de congelar instantes para disfrutar de ellos, porque la vida es muy efímera", apunta el artista, que se confiesa "rápido disparando pero lento dando forma a las series".

La de la Fundación Seoane abarca los últimos años de su carrera, en los que ha adquirido "una mirada más madura y reflexiva". Asegura que antes le vencía el mordisco de los nervios, pero que ahora trabaja de un modo más "meditado", porque la edad no perdona y las prisas, advierte, "no son buenas".

De lo que el tiempo no ha podido librarle, sin embargo, es de la exigencia en el revelado. "La crítica más importante es la que me hago yo mismo, más que la de los demás", apostilla. Es por eso, quizá, por lo que las presiones de las nuevas tecnologías todavía no le han alcanzado. "No soy de fotos digitales. Me gusta la atmósfera que crea la película, notar el grano...", sentencia, decisivo.

El aura especial de Lugares procede de esas "gamberradas" con la técnica, con las que crea estampas que se alejan de lo cotidiano, a pesar de serlo. "La realidad no me interesa, porque es brutal. Lo que quiero es maquillarla y dulcificarla", explica el artista. El espectador es otro de los ejes que tiene en mente cuando pulsa el disparador. Caramés pretende que el público "se introduzca" en su obra "como en un viaje", porque siempre ha entendido las instantáneas como "taxis que te llevan a dónde quieres ir".

Hacia dónde deseaba dirigirse él como artista comenzó a adivinarlo aquí, en A Coruña. Fue en O Patacón donde hizo su primera muestra, y donde se desnudó ante las masas en los años 80. Dice el ferrolano que siempre, incluso ahora, "cuando expones, te expones". Su modo de abrirse fue fotografiar lo que le habría gustado captar de otra forma, sobre un cuadro, si hubiera heredado el talento al pincel que sí poseía su padre.

De esa pasión frustrada por el lienzo, y de otras como el cine y la literatura, se esconden guiños en Lugares. La muestra llega a la ciudad con cierto recorrido, después de haberse estrenado en 2018 en la Galería Trinta de Santiago de Compostela. Para la exposición de la Seoane, el creador ha ampliada la serie, que cuenta con un "afán de itinerancia claro". Mientras disfruta de ella, y amortiza el sudor que ha supuesto, Caramés planea las próximas paradas de sus piezas, que llegarán a Madrid y Barcelona durante el próximo año.