Por primera vez desde su fundación en 1998, la Escuela Municipal de Música ha arrancado una nueva temporada sin José Antonio Acuña. El profesor de jazz, y director durante los últimos 16 años de la entidad, se ha jubilado hace un par de semanas de su puesto, en el que le sustituirá la jefa de estudios Elena Umbría. A pesar de su apego a la enseñanza, el intérprete asegura estar disfrutando, al menos "de momento", del retiro. "Viajar" para ver tocar a su hija [la batería Naíma Acuña] y dar algún que otro concierto son sus planes tras su capítulo al frente de la escuela, a la que sacó de la rigidez con su apuesta por un aprendizaje lúdico e intergeneracional.

Que el curso haya empezado sin usted, ¿se le hace raro?

Sí. A la escuela la tengo aún en la cabeza constantemente, pero es una nueva etapa que tengo que empezar. Tengo que ir desconectándome de todo eso.

Es que llevaba más de 20 años. Es mucha vida.

Sí, y muchos alumnos. Tocar delante de gente en conciertos es satisfactorio, pero plantar esa semilla en la gente a la que le gusta la música y que la tenga como afición para el resto de su vida, es muy gratificante. Por aquí pasaron médicos, abogados, jueces... De todo. Y te encuentras con ellos y te dicen: "Sigo tocando".

¿Es lo que recordará cuando se ponga nostálgico?

Recuerdos tengo muchos. La etapa que tuvimos con José Luis Méndez Romeu al frente de Cultura fue espectacular. Era maravilloso trabajar con ese hombre, porque proponías proyectos y se hacían. Hoy en día todo cae en saco roto. Desde 2011 no se volvió a hacer nada.

¿Se ha caído en el desinterés?

Sí, por parte de las instituciones. Hablar con ellas es como hacerlo con una pared, al final no se transforma en nada. Aún estamos pendientes de un auditorio para la escuela. Tenemos un solar al lado con unas aulas que se iban a tirar para hacer una sala para 150 personas, y con eso llevamos más de doce años. Ahora quieren cambiar la escuela a donde estaba Urbanismo...

¿Está de acuerdo con el traslado?

Sí. Tendrían que adecentar aquello bien antes, pero sería una mejora, porque el edificio tiene más metros cuadrados y hay una plaza donde hemos tocado varias veces. Estaríamos ubicados en un sitio interesante para la escuela.

Me hablaba antes del auditorio, ¿qué otros proyectos deja tras de sí en el cajón?

En veinte años en la escuela no se ha realizado ninguna reforma ni de pintura ni de reparación de los cuartos de baño o del tejado, que está hecho un desastre. Se llena de semillas con el viento, y las plantas crecen y provocan filtraciones de agua. Son pequeños detalles que se acumulan. Nadie tiene interés por adecentar la escuela y ponerla donde tenía que estar, pero necesita el apoyo de las instituciones para recuperar la proyección que tuvo.

Usted vivió toda su historia desde 1998. ¿Qué es lo primero que pensó cuando puso un pie en el centro?

Lo primero que pensé es que en una escuela de música los alumnos tenían que hacer música, no los profesores. Me llevé una desagradable sorpresa cuando vi que en los primeros conciertos que se hacían tocaban los docentes y los niños actuaban. Era un atraso, y tuve bastantes problemas cuando fui cambiando esas cosas.

¿Se convirtieron en la oveja negra de los centros musicales de la ciudad?

Cuando empezamos nos visitaban muchísimas escuelas y nos preguntaban cómo podíamos mezclar a niños con alumnos de 30 o 40 años. Y yo les explicaba que los niños conviven con adultos y están siempre pendientes de lo que dicen. Esa mezcla era lo que hacía germinar la música, porque los más pequeños aprendían de los mayores. Hoy los mismos profesores se dan cuenta de lo bueno que fue haber pasado a una estructura de enseñanza más lúdica, aportó al alumnado una forma diferente de ver la música

Hoy aprendizaje musical y ocio continúan sin sumar en las aulas. ¿No sigue todo demasiado empañado por la técnica?

Bastante. Pero porque estamos acostumbrados a que la música con sangre entra, cuando es como el lenguaje. Primero aprendes de lo que escuchas. Respecto a eso, yo tenía un profesor, Ike Issacs, que siempre me decía: "No importa si tocas las notas con la nariz o con un solo dedo, el caso es que comuniquen algo". Si no, no hay sensibilidad.

Usted se formó en el jazz, un estilo con pocas reglas, ¿le viene de ahí esa tendencia a la transgresión?

Claro. Yo estudié en la Guildhall School of Music and Drama de Londres, y los primeros dos años te meten en cursos de música moderna para que lleves un concepto diferente de cómo abordarla antes de empezar con la clásica. Recuerdo que con la Guildhall School hacíamos intercambios con la escuela, llevando alumnos. Fue una experiencia maravillosa.

Ahora le deja el timón del centro a Elena Umbría, ¿qué espera de su sucesora?

Creo que lo va a hacer maravillosamente. Es una pianista muy completa, que lleva también 20 años en la escuela, y estuvo los últimos de jefa de estudios. Yo imagino que habrá continuidad durante algún tiempo con mi metodología. Más adelante no sé cómo se irán transformando las cosas, pero, de momento, pienso que he dejado ahí una forma de trabajar que es muy interesante, y creo que no van a desaprovecharla.